El grandioso tenor pop Rufus Wainwright (Nueva York, 1973) estuvo ayer en Barcelona con una gira (All these poses) en la que celebra el veinte aniversario de su debut homónimo de 1998 y, por qué no, también el repertorio de su siguiente disco, Poses (2001), igualmente aclamado por la crítica. Es así como el vástago de las leyendas folk Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle se prepara para el lanzamiento de un trabajo «muy accesible», alejado de sus experimentos clásicos, que podría llamarse Unfollow the rules y del que parece enormemente orgulloso.

--En los últimos años, ha estado metido en proyectos bastante complejos. Ha compuesto su segunda ópera [‘Hadrian’, sobre el emperador romano Adriano], publicado un disco basado en sonetos de William Shakespeare [‘Take all my loves’]… Esta gira parece una especie de ‘back to basics’. ¿Sentía la necesidad de volver a tiempos algo más sencillos, más pop?

-- Últimamente he viajado, en términos artísticos, a lugares muy lejos de mi faceta de cantante y compositor de canciones. Ya he acabado mi nuevo disco de canciones pop; saldrá aproximadamente dentro de un año. Pero antes de publicar ese trabajo, quería volver a presentarme ante el público y recordarle de dónde vengo. Mucha gente adora esos primeros discos. Y quiero demostrarles que también son importantes para mí. Que el Rufus pop sigue ahí.

--Nadie es la misma persona con 25 y 45 años. Tampoco, por supuesto, el mismo artista. No sé cómo se siente tocando ahora esas canciones. ¿Todavía se identifica con ellas, como persona y como artista?

--En esencia, sí. En realidad me sorprende bastante lo bien que ha pasado el tiempo por ellas. Algunas son clásicos, bueno, quizá clásicos entre comillas…

--No, no, ¡clásicos!

--Clásicos de mi repertorio, eso seguro [risas]. Y por tanto no he dejado de tocarlas en todos estos años. Pero algunas otras… Hacía muchísimo que no las tocaba. Y aún me siento orgulloso de ellas. Además, ahora las canto bastante mejor. Mi voz es algo en lo que he trabajado mucho, sobre todo desde el proyecto de Judy Garland [sus conciertos de tributo del 2006 a la actriz y cantante, resumidos en el disco en directo Rufus does Judy at Carnegie Hall]. El eslogan de la gira sería: «¡Es la pasión de entonces, unida a la habilidad de ahora!».

--Lo que también se sostiene mejor que bien es la producción de Jon Brion [compositor, entre otras maravillas, de la banda sonora de ‘Magnolia’] para el primer disco. Hace poco lo vi como teclista de un especial del cómico John Mulaney y pensé que estaría muy bien que se lo trajera usted como músico de gira.

--[Silencio de unos segundos]. No creo que eso vaya a pasar. Jon Brion es alguien a quien respeto profundamente. Y que se merece todo lo que dicen sobre él… ¡para bien o para mal! [risas]. Ese disco fue una verdadera batalla y no, no me veo repitiendo ninguna experiencia parecida.

--Si todavía se reconoce en esas antiguas canciones, puede ser porque, en esencia, sus influencias no ha cambiado. Sigue defendiendo el pop con piano de los años 70, su melancolía, su ironía, su fulgor melódico…

--Así es, no puedo evitarlo. Pero intento que suene relevante. Me encanta mi anterior disco pop [Out of the game, del 2012, producido por Mark Ronson], aunque el próximo, producido por el gran Mitchell Froom, es aún mejor. Es como una especie de reflexión sobre los comienzos de mi carrera en Los Ángeles. Creo que me toca hacer esa clase de discos, los que tiene que hacer un singer-songwriter a punto de entrar en el tercer acto de su trayectoria. Me siento un poco como los últimos Tom Petty, David Bowie… No digo que yo sea como ellos, Dios me libre, pero alguien tiene que hacer esa clase de pop adulto y crepuscular.

--A veces, la gente se olvida un poco, pero usted fue todo un pionero del revival de Nilsson. Lo revivió antes que John Grant, Father John Misty, Tobias Jesso Jr. y, por supuesto, la serie de Netflix ‘Russian doll’, con Gotta get up como ‘leitmotiv’ musical.

--Voy a decir algo que, creo, ya he dicho alguna vez, y me hace parecer un poco ignorante. Pero yo no sabía quién era Nilsson cuando empecé a hacer canciones. Luego trabajé con alguien tan cercano a él como Van Dyke Parks [coprodujo un par de piezas de Rufus Wainwright] y, poco a poco, entendí lo genial que era. Me siento cercano a Nilsson por lo mismo que me siento cercano a Randy Newman: me gusta hacer lo que me da la gana. Esa es la conexión.

--¿En qué diría que han cambiado más sus letras entre 1998 y 2019? Yo las veo un poco más políticas, oscuras y agrias.

--Me cuesta mucho hablar con objetividad sobre ellas. Solo puedo decir que las trabajo tanto como puedo. Las buenas letras están en fase de extinción en la música popular. Han caído mucho en cuanto a calidad. Y, para mí, la letra es la parte más importante de una canción. Me he puesto como misión devolver el protagonismo a las letras.

--De Las 25 canciones que importan ahora mismo según ‘The New York Times’, solo unas pocas tienen letras importantes.

--Y para mí es un drama, porque, como compositor de canciones, sé que la letra supone el 85% de una canción.

--La última canción propia que toca en esta gira es ‘Going to a town’, una de las más políticas, una declaración de desamor hacia Estados Unidos. ¿Cómo se siente ahora sobre uno de sus dos países [el otro es Canadá]?

--El mundo está pasando, en conjunto, por un momento de gran agitación, para bien o para mal. Hay figuras ahora mismo en la grassroots politics que son increíbles, como Alexandria Ocasio-Cortez. Eso es bastante emocionante de presenciar. Y también tengo expectativas depositadas en algunas figuras más establecidas; la experiencia es valiosa también, no olvidemos eso. Lo ideal sería lograr una unión de los viejos Estados Unidos y la nueva sangre. Sea como sea, no podemos dejar al zorro como dueño del gallinero.

--¿Qué puede contarnos de la nueva gira, en términos estrictamente musicales? ¿Qué clase de formación va consigo?

--No voy solo con piano, como alguna otra vez. Traigo conmigo a una banda increíble, con gente del nivel de Gerry Leonard [en la guitarra y la dirección musical], Matt Johnson [batería; antiguo componente del grupo de Jeff Buckley y compositor de Dream brother] y Rachel Eckroth [teclista; también telonera de la gira].

--Tengo una consulta un poco impertinente, pero hecha sin ninguna mala fe, en realidad. Ahora que conoce tan bien nuestra ciudad, ¿volvería a usar una metáfora taurina en una canción llamada Barcelona? Si esto fuera escrito, ahora mismo pondría un emoji de sonrisa. De verdad.

--[Risas]. ¡Hey, era muy joven cuando compuse la canción! Por entonces no sabía mucho de Barcelona, ni de Cataluña, ni del movimiento independentista. Me había creado una fantasía en mi cabeza y en ella salía todo lo que tenía que salir: el flamenco, los toros… Ahora mismo no usaría esa metáfora. Para tratar de disculparme, diré que, además, la canción no trata sobre Barcelona, sino sobre el miedo a la muerte.