La de los Románov ha pasado a la historia como una de las sagas monárquicas más desinhibidas de Europa. «Puede que les gustara el sexo tanto como a los demás, pero a diferencia de las dinastías católicas y protestantes, ellos no tenían problemas religiosos con este asunto y no se ocultaban», apunta Simon Sebag Montefiore.

Esta circunstancia, unida al acceso que el historiador ha tenido a las cartas personales de los zares, muchas de ellas inéditas hasta ahora, explica que el libro Los Románov, de casi 1.000 páginas, parezca por momentos un culebrón venezolano subido de tono, cuando no un auténtico tratado de sexualidad.

Entre esos documentos que ahora han visto la luz, el experto destaca las misivas que Alejandro II, que fue zar entre 1855 y 1881, le envió a su amante y posterior esposa Katia Dolgorúkaya, en opinión de Montefiore, «la correspondencia más explícita y sexual escrita nunca por un jefe de Estado».

En esas líneas, aparte de expresarle su amor más apasionado, el monarca describe los recientes encuentros sexuales de ambos pretendientes, deteniéndose en posturas y miradas. «Sentí gozosamente tu fuente empapándome varias veces, lo que redobló mi placer, permaneciendo quieto, tumbado en el sofá, mientras tú te movías encima de mí», le escribía el zar.

«Estoy calentísima, no puedo esperar más», le respondía ella en otra epístola. La libido de Alejandro II era tal que sus médicos tuvieron que aconsejarle que redujera la intensidad y frecuencia de sus lances sexuales.