Ver Cats te hace sentir que pierdes la cabeza, lentamente. La única forma realista de sobrevivir a un visionado de Cats es fingir que nunca sucedió. Decir que hay que ver esta película para creerla es subestimar lo difícil que es creerla incluso después de haberla visto. Cats es el mayor desastre cinematográfico de la década, y posiblemente de lo que va de milenio. Cats es lo peor que le ha pasado a los gatos desde los perros... Son solo algunos de los comentarios que la prensa especializada ha dedicado en los últimos días a una de las películas más importantes de Hollywood de las navidades, que durante el pasado fin de semana tropezó estrepitosamente en la taquilla estadounidense pese a contar con un reparto estelar que incluye a Taylor Swift, Judi Dench, Ian McKellen, Idris Elba y Jennifer Hudson. El filme llegó ayer a nuestras pantallas.

Algunos críticos han afirmado que, durante la proyección «resistieron la tentación de quitarse un zapato para arrojarlo a la pantalla»; otros aseguran que la película les hizo anhelar «la dulce liberación de la muerte». En internet hay sitios que explican las variedades de cannabis idóneas que consumir para verla en condiciones óptimas.

Cats, recordemos, esencialmente cuenta la historia de un grupo de gatos de los barrios bajos londinenses que compiten entre sí para elegir al que ascenderá al cielo para empezar una nueva existencia, y se basa en nada menos que uno de los espectáculos musicales más famosos de la historia. Cuando vio la luz en 1981, y a pesar de ser masacrado por la crítica teatral, el montaje se convirtió de inmediato en un fenómeno de masas; por un lado, gracias a la reputación de su autor, Andrew Lloyd Webber, con títulos previos como Jesucristo Superstar y Evita; por otro, porque ofrecía al público dos horas de coreografías y legitimaba así un teatro basado en la mezcla de música, baile, vestuarios y decorados y en la ausencia casi total de argumento.

Como resultado, Cats no solo sacó de una recesión profunda a la escena teatral del West End londinense, donde permaneció representándose ininterrumpidamente durante 21 años; tras cruzar el charco en 1982, también sacudió Broadway de su estancamiento financiero y contribuyó a convertirlo en el imperio de ocio global que es hoy. Hasta la fecha, la obra ha recaudado unos 4.000 millones de dólares en todo el mundo.

A la hora de intentar de nuevo traducir Cats a la gran pantalla -Steven Spielberg intentó hacer una versión animada en 1996, pero el proyecto no prosperó-, los estudios Universal recurrieron al director Tom Hooper, que en el 2012 había obtenido un considerable éxito comercial con Los miserables. Hooper debió de suponer que aglutinar un reparto que incluía tanto a estrellas como a nombres ilustres del mundo del teatro sería suficiente para que la película siguiera la misma senda de éxito que su modelo; eso explicaría que no incluyera en ella más trama, ni más comedia, ni más números musicales memorables o coreografías.

Efectos visuales

En cualquier caso, la gran pega que la crítica le pone a Cats son todos esos efectos visuales que convierten a sus actores en inquietantes híbridos de lo humano y lo felino. Los personajes tienen manos en lugar de patas y rostros dotados de labios, narices y dentaduras perfectas, pero al mismo tiempo están envueltos de pelo y lucen orejas puntiagudas encima de sus cabezas; los ruidos que emiten, además, no son propios ni del hombre ni del gato. En algunas escenas parecen gigantescos, en otras dan la sensación de ser excesivamente pequeños; algunos tienen pechos de mujer y otros no, varios de ellos llevan zapatos -pero muchos no- y solo uno viste pantalones. Toda esa imaginería, concluye la prensa, en el mejor de los casos resulta incongruente y en el peor daña la vista. «¡Oh, Dios mío, mis ojos!», exclama el crítico del New York Post en su artículo.

Pero no es el único estreno que llegó ayer, ya que la cartelera incluye Espías con disfraz, Mujercitas, La verdad y The Wonderland.