Este será el primer artículo que no escriba. Una larga serie de circunstancias ha querido que, a pocos minutos de alcanzar la hora limite para entregar mi texto semanal al periódico, la batería de mi ordenador haya dicho basta. Sin encontrar mejor solución, y haciendo uso del ingenio, ese primo resolutivo de la inteligencia, que suele tener la feliz costumbre de socorrernos en los momentos de más aprieto, he optado por valerme de las nuevas tecnologías y dictar de viva voz mi artículo al teléfono móvil, por medio de una aplicación que transcribe directamente mi dictado. Dicho y hecho.

Muchas veces me he valido de una grabadora como aliada creativa, tanto para anotar melodías musicales como para memorizar la letra de alguna canción, pero nunca antes había tenido esta sensación, hablando solo frente a una página en blanco que no existe, viendo como mis palabras susurradas en mitad de la noche se trasforman en palabras escritas y como, lo que dicto en la soledad de mi habitación, toma forma gráfica al instante, sin pasar por mis manos. Así, pienso, debe ser el articulista del siglo XXI. Y, al pensarlo, lo digo. Y, al decirlo, se escribe. Hay aire y alta tecnología donde hubo papel y lápiz. Las herramientas cambian pero la esencia de las palabras prevalece.

XESTE SERAx el primer artículo que no escriba. Casualidades o causalidades, nunca se sabe, así lo han dispuesto. Y, precisamente, antes de que la batería de mi ordenador dijera basta, mi intención era escribir sobre otro tema: sobre las casualidades de las que la vida y el mundo a veces, pocas y recordadas veces, nos hacen protagonistas. Y así lo haré, aunque no escriba una sola palabra.

Mi amigo Juan Luis Serrano , lector apasionado del británico Thomas de Quincey , investigaba sobre sus Obras Completas una lluviosa noche de octubre el año 2010. Sostenía la difícil esperanza de encontrar una traducción al castellano de sus originales anglosajones, los que el escocés David Masson editó en 1889, agrupados en 14 volúmenes. Poniendo en claro tal propósito llegó a unas sugestivas notas del argentino Jorge Luis Borges , gran admirador y estudioso de De Quincey . De Jorge Luis Borges llegó a otras notas, no menos interesantes, del uruguayo Emir Rodríguez Monegal . Y, finalmente, desde las notas de Rodríguez Monegal, sin saber muy bien cómo, terminó por sorprenderse indagando en la peculiar bibliografía del cubano Severo Sarduy . En este punto, mi amigo Juan Luis se olvida por completo del objeto originario de su búsqueda y el pensamiento le lleva instintivamente hasta mí, que me encontraba en aquellos días de viaje por Cuba.

Entre muchas indagaciones acerca de lo más representativo de la obra de Sarduy, del que anteriormente jamás había escuchado hablar una sola palabra, mi amigo descubre un libro que le acelera el pulso y le pone una mueca de nostalgia en los labios: la novela titulada "De dónde son los cantantes", escrita en 1967, que toma su título de uno de los versos principales de la canción 'Son de la loma', compuesta por el también cubano Miguel Matamoros , en 1922, para su famoso Trío Matamoros.

La misma canción, curiosamente, con la que Juan Luis y yo habíamos descubierto el son cubano un año antes, en la ciudad mexicana de Mérida, en el estado de Yucatán, a cargo de otro trío ejemplar del folklore caribeño: Los Nobles; la misma canción con la que un cuarteto de mariachis había despedido también nuestra última noche de marimbas y sones en la hermosa ciudad de Veracruz, el rincón por excelencia más cubano de México; la misma inolvidable canción que ambos habíamos asimilado como banda sonora indiscutible de aquel éxodo musical que resultó ser nuestro periplo mexicano, de la que no habíamos vuelto a hablar desde entonces.

Pues bien, toda esta peripecia de casualidades y círculos concéntricos me la describe mi amigo por correo electrónico desde España, mostrándose asombrado por las providencias descubiertas entre lo geográfico, lo literario y lo musical, que llevan sus pensamientos de Inglaterra hasta Cuba, pasando por Escocia, Argentina, Uruguay y México, o lo que es lo mismo, de Thomas de Quincey hasta mí, pasando por Masson, Borges, Rodríguez Monegal y Sarduy.

Lo que él no sabe, ni puede tan siquiera imaginar esa lluviosa noche de octubre, es que en mi primer día en La Habana, en un pequeño local de baile en el barrio de Vedado, a pocas cuadras del lugar donde Miguel Matamoros grabó 'Son de la loma' por primera vez, en 1923, yo volvía a escucharla en una versión mucho más moderna, interpretada por Willy Chirinos y Roberto Torres , por lo que, cuando él me manda su correo, yo llevo más de una semana de viaje tarareándola a todas horas, a ratos en su versión más clásica y a ratos en su versión más actual. Justamente esa canción, no otra.