Corinne Hofmann tenía, a sus 26 años, la vida resuelta y el futuro concertado. Era propietaria de una tienda de moda en su ciudad natal, Biel (Suiza), y se sentía feliz con la relación que mantenía con su novio Marco. Ella asegura que si antes de partir de viaje a Kenia le desvelan lo que le aguardaba, diría que era imposible. Vaya, impensable, que jamás dejaría a su amado Marco por Lketinga, el guerrero samburu que conoció la noche antes de la partida, y ni mucho menos, que se iría a vivir con él a un poblado sin electricidad ni agua corriente al norte de Nairobi, donde tras casarse nació su hija. De esos cuatro intensos años brotó La masai blanca , el best seller que inspira la película que hoy llega a las salas.

"Solo con verlo, sentí que mi antiguo mundo se derrumbaba. Quedé hechizada ante su aura. Era un hombre guapísimo, una presencia turbadora. No existía nada más alrededor". Al día siguiente del encuentro, Corinne Hofmann, a punto de embarcar, decidió no subir al avión. Se quedó en el aeropuerto de Mombasa sola, preguntando dónde estaba la parada del autobús que la llevaría a Maralal, el mercado más cercano al remoto poblado de Lketinga. Al cabo de unas semanas de romance, problemas con el visado la obligaron a volver a Suiza. "No podía quitármelo de la cabeza. Mi madre lo entendió. Me dijo que lo intentara, que volviera a Kenia, que yo no era la misma".

FIDELIDAD La autora avanza que la película no es del todo fiel a lo que sucedió. El libro, sí, pero era imposible condensar en dos horas todas las vivencias que determinaron su huida a Suiza con su hija en brazos tras cuatro años de difícil convivencia. "Napirai, que ahora tiene 18 años, no se acuerda de Africa. Todavía no ha visto a su padre. Quiere volver. Pronto lo hará. Además desea conocer a su abuela samburu, una mujer fantástica". Durante este tiempo, Hofmann ha mantenido contacto con su exmarido a través de un cuñado. "Comunicarse con Lketinga es imposible. No sabe leer ni escribir y en su entorno no existe el teléfono".

El rodaje propició el reencuentro. Habían transcurrido 14 años. "Estuvo esperando mi llegada horas y horas, sin moverse". Cuando bajó del coche, ella temblaba. "Sabía que él no daría ningún paso. Los guerreros son orgullosos. Me acerqué yo". La risa de él rompió el hielo.