Le encerraron en las cárceles de la Inquisición durante cuatro años, por las disputas internas entre agustinos y dominicos. Cuando salió y retomó las clases, las comenzó así: «Decíamos ayer…».

Es la anécdota más popular de fray Luis de León, pero la primera documentación que aparece sobre el tema es de dos siglos más tarde. No importa. Salamanca le recuerda con una estatua y esas tres palabras son un canto a la dignidad. Solo tres. Dicebamus hesterna die. Qué más da si las pronunció él o no. A veces siento la tentación de decir: «Déjennos con nuestras leyendas y nuestro acervo popular, gracias», y luego recuerdo que me encanta la investigación y que bastantes poemas malos apócrifos hay de Borges ya por el mundo como para que no pongamos remedio.

He estado casi tres meses sin aparecer por aquí, no porque no haya habido cultura de la que hablar, sino por una baja laboral en plena pandemia. De cultura se podía haber hablado: libros gratis, conciertos gratis, actividades de divulgación científica gratis… El sector más precarizado de todo el país regalando su producción a manos llenas en una época en la que comenzamos acabando con el papel higiénico, seguimos con la levadura de panadería y con la harina y nos vimos más películas y series de las que podíamos asimilar. Nos conectamos a videoconferencias por encima de nuestras posibilidades. Algunos siguen haciéndolo, porque teletrabajan.

Y es que, durante estos tiempos de pandemia, ha habido más esfuerzos personales de los que se han podido plasmar en los periódicos. El catedrático José César Perales lo dijo en Twitter hace nada muy bien: «No tenemos ni un gran sistema de salud ni un gran sistema educativo. Lo que tenemos es una enorme masa de trabajadores que aceptan trabajar en unas condiciones que en otros países serían inaceptables».

Todo, con duelos personales, ansiedad, estupefacción, angustia, preocupación por el desempeño escolar de los hijos o de la propia salud y un sinfín de circunstancias más. Y, sin embargo, el tejido cultural (precarizado, sumido en ese tiempo líquido, pidiendo ayudas, gestionando ERTEs o solicitando líneas de crédito al ICO) ha seguido moviéndose. Algunos han aprendido que no hace falta ya cruzar media España para reunirse y otros han aprovechado para leer teatro, buscar nuevos proyectos, investigar y repensarse.

Y otros, para tejer relaciones más allá y organizar la I Feria Virtual del Libro Independiente.

Participar en una feria del libro como la de Madrid cuesta casi 4.000 euros. Una editorial pequeña no se lo puede permitir: a menudo se asocian con otras dos, si viven en Madrid o cerca (lo hacen Delirio y La Uña Rota), pero ¿y si no se puede? Hay que contratar a alguien y la cifra sube. Y, sin embargo, la feria del libro madrileña es el epicentro de la industria. Una industria que crea un canon en el que muchos no están.

A tres de estas editoriales que no se lo pueden permitir (Lastura, Kaótica Libros y la extremeña Ediciones Liliputienses) se les ocurrió organizar esa actividad pionera en España. Se llama Al pan, pan y al libro, libro. Desde hace tiempo, son estos pequeñísimos proyectos personales los que están cambiando el panorama literario español, siempre desde la periferia, desde los márgenes, fuera de los círculos de poder de los suplementos literarios y los contactos.

A través de la página web feriavirtualdellibroindependiente.com, uno se puede dar un paseo por las casetas virtuales de cada editor. Hay vídeos en los que les vemos las caras y explican el proyecto y, por las tardes, hay presentaciones con videoconferencias. Pueden participar los lectores… y los futuros escritores porque, por ejemplo, habrá una charla titulada Qué hago con mi manuscrito, de otra editorial con raíces extremeñas, La navaja suiza. Uno de sus socios es Agustín Márquez, de Jaraicejo aunque exiliado en la capital: hablarán desde dónde mandar tu novela a la figura del agente literario. Será el 21 de junio.

Además de La navaja suiza y Liliputienses, estarán las otras dos organizadoras, Kaótica libros y Lastura. Junto a ellas, proyectos tan interesantes como el de Dos Bigotes, que rescata literatura LGBTIQ+, o los mapas de Aventuras literarias (el de los mitos de Japón es una delicia, pero también hay novelas al uso. Bueno, no tan al uso exactamente), la poesía de Kriller71 (échenle los dos ojos a la norteamericana Mary Jo Bang) y el gusto infinito de los editores de Luces de Gálibo o Papeles mínimos. Además, podrán conocer la comprometidísima labor de Tigres de Papel, a Chamán ediciones (que ha publicado lo último de Javier Lostalé) y otros proyectos como Reikiavik, Sauro Buks, Edicions del Buc, Boria, Huerga & Fierro, Aloha, Juglar, Ultramarina Cartonera y Los libros del Mississippi. También participará como una única editorial la plataforma Efímera, que aúna a su vez el trabajo de otras microeditoriales independientes.

Tiene hasta un bar virtual. Mientras esperamos casetas físicas, pasear por esta es maravilloso.