Resulta prodigiosa la longevidad de Pet Shop Boys en el arte de hacer canciones pop con aptitudes para llegar al gran público y ser a la vez objeto de culto: década tras década desde los 80, sobrevolando modas y tendencias, incorporando nuevos ingredientes sin perder nunca su distinción natural. Su edad de oro se circunscribe al siglo XX, las cosas como son, pero en lo que llevamos de XXI el nivel de sus producciones es respetable, con cotas altas en Yes (2009), su mejor colección moderna de canciones, y ese ciclo notable de obras que abrió Electric (2013), siguió Super (2016) y culmina ahora Hotspot, el álbum que se puso el psaado viernes a la venta.

Se trata de la trilogía de discos producidos por Stuart Price, el cómplice de Madonna en Confessions on a dance floor (2006), que apura aquí su recital de recursos para envolver a Neil Tennant y Chris Lowe de un estilismo elegante y rico en contrastes. Quizá ya no sea Price el más moderno de la clase, pero tampoco Pet Shop Boys va a violentar ahora su ciencia de atmósferas y melodías. Y bien, a los tres les ha salido un disco atractivo, variado, divertido y con espacios de profundidad. Una obra que no retoma los acentos políticos del epé Agenda del año pasado (con aquella gloriosa Give stupidity a chance), y que no parece tan destinada a captar nuevos fans sino más bien a gratificar a los muy cafeteros.

Rumbo a la discoteca

Hotspot se abre con los sintetizadores muy de los años 80, a lo Azul y Negro, de Will-o-the-wisp, abriendo una pista ligera y colorista que conecta con otros temas del álbum, como Happy people, este a golpe de house, y la más alocada de todas, Monkey business, con la pareja buscando trapicheos, como dice la letra, a lomos de un funk resultón con ecos discotequeros. Ese primer tramo culmina con Dreamland, punto caliente de vibrante estribillo, alianza con la voz de Olly Alexander (el vocalista principal del grupo Years & Years) que vio la luz en septiembre como primer sencillo del álbum. Una elección acertada.

Prestos a la algarabía

En la sección de baladas y medios tiempos encontramos otros focos de atención, sin alcanzar la majestuosidad interiorista de un Behaviour (1990) pero sí distanciándose del toque séptico de un Release (2002). Ahí están dos piezas de calado envolvente, Hoping for a miracle y Burning the heather, y esa otra, Only the dark, la más heterodoxa del conjunto, cumbre de belleza discreta en el trayecto final del disco, hecha de ese synth-pop sutil que Tennant y Lowe practicaron desde los días de Love comes quickly. En definitiva, unos Pet Shop Boys, con todo, que se muestran prestos a la algarabía y terminan colando sin manías la marcha nupcial de Mendelssohn sobre la base rítmica de Wedding in Berlin, última estación de un disco quizá no trascendente, pero sí agradable.