El renovado interés por las causas que llevaron a Alemania a despeñarse por el abismo de la vesania nazi se nutre este otoño con dos aportaciones de primera magnitud: las novelas El castillo en el bosque , del recientemente fallecido Norman Mailer, y Las benévolas , de Jonathan Littell. En la primera, Mailer arma una biografía fantasiosa de la infancia y adolescencia de Adolf Hitler, narrada por el diablo que guía sus pasos. En la segunda, Littell construye un relato sin concesiones de la fractura moral provocada por la crueldad del Tercer Reich, contado todo por Max Aue, personaje abyecto que participa en la carnicería con criterios abominables de eficacia y rentabilidad.

Si algún lector busca en Mailer un complemento de las grandes biografías del Führer, como las clásicas de Joachim Fest e Ian Kershaw, se sentirá decepcionado. El recurso a un narrador tan improbable como el demonio Dieter, que moldea los rasgos más oscuros del joven Hitler, es un instrumento ideado por el escritor para manejar al personaje casi siempre con ironía. Si, por contra, el lector espera dar con el ambiente que forjó al dictador, dará con material a su gusto, en especial en el trazo que dibuja a Alois y Klara Hitler, tío y sobrina y padres de Adolf.

RETRANCA JUDIA El lector de Mailer puede, además, toparse con guiños sabrosos que le llevarán a sonreír y a meditar a un tiempo. "Amamos a los fundamentalistas --afirma Dieter--. Su fe brinda todas las garantías de llegar a convertirse en armas de destrucción masiva". "Estaba dispuesto a trabajar con clientes austriacos que, como Adolf, creían en la sangre alemana, pero yo Dieter era igualmente eficaz con clientes judíos ortodoxos que creían en la supremacía de la suya", escribe Mailer con toda la retranca de un escritor neoyorquino de ascendencia judía.

En la interesantísima compilación de artículos de Thomas Mann publicada con el título Hermano Hitler y otros escritos sobre la cuestión judía no hay espacio para esta clase de digresiones. "Voy a dejar abierta la cuestión de si la historia de la humanidad ha tenido ocasión de ver ya un caso similar Hitler de bajeza moral", escribió Mann en 1938. El norteamericano Littell seguramente suscribe la frase, porque Max Aue es un seguidor ciego del Führer, un oficial de las SS sin sentimiento de culpa; un verdugo que en los raros momentos de zozobra lamenta a lo sumo que hayan hecho de él "un hombre que no puede ver un bosque sin soñar en una fosa común". Su conmoción nunca va más allá de la autocompasión indulgente.

El plan maestro , de Heather Pringle, es un complemento ideal de Las benévolas , porque cuenta los delirios científicos de la Ahnenerbe, una institución tutelada por Heinrich Himmler, Reichführer de las SS, una de cuyas obsesiones criminales fue identificar a las comunidades judías. Esta cuestión llena en la novela de Littell páginas inquietantes: un grupo de expertos debaten qué pueblos del Cáucaso son judíos y cuáles han adoptado simplemente costumbres judías. La frialdad de la discusión de los verdugos es dramática: ellos han de decidir quiénes vivirán y quiénes morirán. Y aquí la ficción es mínima porque recrea un hecho histórico recogido también por Pringle.

En una curiosidad arqueológica cuya primera edición data de 1964, y que ahora rescata Inédita Editores, la tragedia del Holocausto no aparece, aunque los escenarios son los mismos por los que discurre la primera parte de la novela de Littell. Se trata de Tierra calcinada. La guerra en el frente ruso 1943-1944 , de Paul Carell (1911-1997).