Hace tres años, Alfredo Sanzol, dramaturgo, director del Centro Dramático Nacional en la actualidad, escribía: «Cuando escucho a alguien con opiniones contrarias a las mías que rebate mis argumentos con argumentos que considero justos y que además comienza a hacerme sentir la posibilidad de la existencia de errores en mis ideas, descubro que dentro de mi cabeza se activa la orden de: ‘¡Acaba con él!’».

No deberíamos escandalizarnos tanto de la existencia de las broncas. Por el contrario deberíamos celebrar con mucha más claridad y determinación la creación de acuerdos. Ese es el gran acto creativo que nos despega del determinismo de la supervivencia, y que nos lleva hacia la construcción de la humanidad. Somos bichos con garras. Cuidemos nuestra manicura. Todos los días. Devolver zarpazo con zarpazo produce despellejamiento.

Todo esto me lo digo a mí mismo, ya sé que no es nada nuevo. Lo publico para compartir la pena. O mejor las penas acumuladas de los años en los que han hecho surf en las olas de la infamia. Ahora nos están haciendo pagar la factura, como cada vez que acaban una juerga. Todo esto no es una batalla abstracta.

Es una guerra monetaria contante y sonante. Están tapando los zulos de los sobres con la tela de las banderas. Ellos se llevan la pasta y a nosotros nos dejan las discusiones ideológicas. Se mean de la risa con las naciones. Les dan igual las lenguas. Todo eso son ganzúas para su mangoneo, igual que lanzarnos a los unos contra los otros como a peones. Así que si discutimos, por favor, hagámoslo con las uñas limadas y primorosamente pintadas».

Desde hace tres años, todo se ha vuelto más feo, mucho más feo, en el debate público. Los que nos creíamos a salvo de la furia, salvo cuando nos tocaban mucho los ovarios en las redes, ya hemos decidido cortar por lo sano, con la misma polarización que aquellos a los que criticamos (aunque nos asistan el respeto a los derechos humanos y la decencia), porque nos cansamos de poner la otra mejilla cuando los discursos discriminan, de tal manera que ya no sabemos si realmente es preciso escuchar o buscar un sofá y una manta con gatos en la soledad de tu casa.

Iba a poner un sofá y una manta en casa de algún amigo, pero la salud pública no permite acurrucarse con no convivientes.

Ni las galas.

Al menos, las galas proletarias. Las otras sí se celebran.

Pero nos quedamos sin la del FanCineGay, que comienza el jueves que viene, día 5 de noviembre, en un año que creíamos marcado por todas las incertidumbres hasta que llegó el estado de alarma… hasta mayo.

Con el humor patrio que nos caracteriza, lo primero que se vio en las redes fue: 25 de diciembre, Zoom, Zoom, Zoom.

Yo pienso en la soledad.

En que ha de quedarnos espacio para la belleza, para la risa, para retorcernos en una butaca, como nos pasó el lunes, gracias al cine club Fórum de Mérida y a esa delicia de película que es El amor menos pensado.

En el activismo que implica salir de casa con la mascarilla puesta, comprar una entrada, ver Solo nos queda bailar, que es una de las películas de la temporada. Elsa Fernández-Santos ha dicho: «Es una respuesta rotunda a una tradición que excluye no ya otras sexualidades sino también otras masculinidades (...) una película que fluye entre la crítica social y el íntimo retrato del despertar sexual de su protagonista». Y, por supuesto, cuenta una historia de amor gay.

De El amor menos pensado no he dicho que la historia de amor es hetero: lo hetero siempre es presupuesto, asumido, corriente.

Podemos bailar, aún.

Podemos ver bailar. En La Nave del Duende (en Casar de Cáceres), este día 1 que va a ser raro, a las seis de la tarde (para que dé tiempo a volver a casa antes de que nuestra carroza se convierta en una calabaza Jack o’lantern), podemos ver Pies de bailarín. Es, nos dicen, un homenaje a la danza, como búsqueda, deseo, libertad y destino. Pero es también la plasmación de la aventura solitaria de un niño que se atreve a defender su verdadera identidad y su verdadero deseo, a pesar del ambiente opresivo y violento en que se encuentra. En escena, un bailarín se prepara para una función importante; en el camerino le espera una sorpresa: su madre le ha dejado allí un paquete que contiene unas pequeñas zapatillas de danza con una breve nota. «Siempre tuviste alas en los pies». Ah, pero en su infancia el padre prohíbe constantemente vivir la propia voluntad, que es el deseo de bailar.

Es la despedida de Omar Meza de los escenarios.

Se despide también La ciudad encendida en Badajoz, con un concierto de Gene García y Andreas Barttol en la plaza de San Andrés a las ocho de esta misma tarde. Se podrá pasear por la alcazaba, entre las cinco y las nueve. Habrá músicos.

Este puente de noviembre es mucho más duro.

Una horita en los cementerios, misas junto a ellos, no os eternicéis en fregar las lápidas, qué ha ocurrido con las flores frescas este año, a ver si puedo coincidir con la vecina, que se murió su marido de coronavirus y no pudimos ir al entierro.

Y no hemos hablado de la Navidad.

Quién acogerá a los solitarios en Navidad.