Cine y ópera han estado siempre muy ligados. Y no hay casi nadie como Franco Zeffirelli, fallecido ayer en Roma a los 96 años, que ejemplifique mejor esa relación. Claro que tuvo un buen maestro. En 1949 se encargó de la escenografía de Troilo e Cressida, obra de William Shakespeare llevada a los escenarios por Luchino Visconti. Zeffirelli colaboró también el mismo año con el futuro director de El gatopardo en el montaje de Un tranvía llamado deseo, y se convirtió en su ayudante de dirección en tres filmes fundamentales: La terra trema, rodada con campesinos y pescadores sicilianos, Bellísima y Senso.

Hijo ilegítimo de un comerciante de lanas, nació en Florencia en 1923 con el nombre de Gianfranco Corsi Zeffirelli. Debutó en 1958 con la comedia Camping, escrita y protagonizada por Nino Manfredi, pero su siguiente paso ya fue una inmersión operística con el documental Maria Callas at Covent Garden (1964).

ADAPTACIONES / i no era una cuestión operística, era una cuestión shakesperiana. Zeffirelli se hizo un nombre en el cine italiano de los 60 con dos interesantes adaptaciones de obras del bardo inglés, La mujer indomable (1966), vampirizada por la pareja Elizabeth Taylor y Richard Burton, y Romeo y Julieta (1968), por la que fue candidado al Oscar, en una lectura pseudohippy que quedaría refrendara con el siguiente filme del director, Hermano sol, hermana luna (1972), particular recreación de la juventud de Francisco de Asís.

La miniserie Jesús de Nazareth (1977) y Campeón (1979) mostraron la cara más indulgente del realizador, que llegó al límite de una cierta cursilería con Amor sin fin (1981), para lucimiento de la actriz Brooke Shields.

En sus últimos años activo, Zeffirrelli arrastró su consideración de artista fascista, declarada por él mismo. Su último trabajo tuvo de nuevo la ópera como protagonista: en el filme Callas forever (2002) mostró a una diva misteriosa y recluida bajo los rasgos de l a actriz Fanny Ardant.