THtace muy poco, en los extintos videoclub de nuestros barrios, teníamos que devolver la cinta de vhs rebobinada. En su defecto existían unas máquinas comecabezales que odiaban la palabra Fin de las películas. Un artefacto capaz de simular el noble arte de rebobinar una cassette de audio con un bolígrafo.

Cuando llegaban las películas de estreno los protagonistas ya se habían jubilado, el director fallecido y corpore in sepulto disfrutábamos del motel de Norman Bates y sus duchas de cuchillo fino. El cine (sala con butacas y pantalla gigante) mantenía inerme, de esta manera, su atractivo.

Asistíamos en masa para pasar un buen rato. Todavía recuerdo, no hace mucho, que se hacían enormes colas para ver la única proyección, podía durar semanas en cartel. También recuerdo los entresijos de los cines a base de sesiones dobles con olor penetrante de ambientador y los intermedios para repostar regaliz. Con algo de nostalgia donde hubo extraterrestres buscando sus casas y donde pistoleros disparaban lágrimas al ritmo de Leone , ahora se despachan camisas, se cantan líneas y bingos o simplemente el proyector lamenta el canto del cisne de la industria cinematográfica.

El panorama actual ha cambiado de manera brutal. De momentos nos topamos con escasas salas disponibles, y en la mayoría, una única y sirviente multisala de cine para toda la ciudad. Vayan al cine comentan a gritos los duchos en el tema, cine español si es posible, me aúllan en los oídos los intelectuales de las palomitas, pero desgraciadamente la elección es sumaria.

Pero aún nos queda el sabor de ver de vez en cuando una buena película, si a esto le añadimos que los ingredientes son puramente extremeños, la alegría es doble. Dentro de muy poco el cine español se viste de gala con los premios Goya. En las últimas ediciones los académicos han apostado por la innovación en el cine, un apartado que se nos ha dado mal desde Segundo de Chomón . Estatuillas que han ido a parar a películas con un gran valor añadido; el riesgo de ser sencillas. Y es ahí donde Un novio para Yasmina , un producto sin pretensiones, adquiere una enorme dimensión. Su nominación a la mejor dirección novel avala su interesante trayectoria de taquilla y crítica. Una noticia que tiene y debería tener una repercusión en la yerma cinematografía de la región. Compite con otras tres interesantes obras, pero gane o no, la vencedora moral tiene acento, indudablemente extremeño. El trabajo resultante es fruto de muchos años luchando por el buen gusto de sus artífices. El enfoque de su directora, Irene Cardona , es gradualmente sutil y sedoso con el tratamiento de sus personajes. Deja el colador para otros realizadores y recrea una historia sencilla donde se quita la escafandra y desnuda los iluminados rostros de un público harto de artificios. El resultado es una película en almíbar, dulcemente coral y cargada hasta los topes de sueños exiliados en pantalla grande. El resultado de los Premios Goya lo sabremos esta noche, mientras, no olviden que plantearse a hacer un largometraje en la región resultaba quimérico hace muy poco tiempo. Y es aquí donde productoras como Tragaluz , con Paco Espada a la cabeza, han hecho muy bien los deberes.

Para Billy Wilder el público era voluble. Había que agarrarle por el cuello y no soltarle en toda la película. Ahora el público ya no se deja manipular tan fácilmente pero esperemos que Irene Cardona con su Yasmina, agarre bien fuerte el cuello del cabezón de Goya en la entrega de los premios y no lo suelte durante su prometedora carrera.