Se llama Kevin Mazowski y vive entre cartones. Cuando la ciudad empezó a crecer, la gente sin recursos se refugió en los extrarradios, improvisando refugios debajo de los puentes o chabolas de retales de chapa y madera más allá de las vías del tren, pero Mazowski prefirió vivir a la intemperie antes que huir a la periferia, y se instaló en un callejón del centro junto a la escuela de música, con los gatos sin dueño y los contenedores de basura.

Nadie sabe su edad. Por su aspecto representa unos cincuenta años, pero seguramente tiene muchos menos. Se ha dicho de él que fue profesor universitario, ingeniero y hasta filósofo, y que una desgracia familiar le hizo cambiar de vida y abandonarlo todo para vivir libre, sin ataduras sociales ni laborales, pero Mazowski nunca habla de su pasado. Cuando alguien le pregunta, tan sólo sonríe.

XLOS RESTAURANTESx de la zona le guardan sobras de pan y de sopa; los tenderos le dan una pieza de fruta o un cartón de leche; la anciana señora Hatkins le procura unas monedas casi todas las mañanas; y los hijos de Rafter , el barbero, suelen pedirle que les cuente historias de la guerra; historias que él se inventa, porque nunca estuvo en una guerra. También los gatos del callejón frecuentan gustosos su compañía, sacudiendo sus rabos y compartiendo con él paseos por el parque. Muchas tardes se le puede ver rodeado de gatos como si él mismo fuera uno. Mazowski maúlla y gira sobre sí mismo sobre el césped. Los niños lo miran y se ríen. Aunque vive en la pobreza, siempre tiene algún caramelo para ellos.

XVAGABUNDEAx día y noche en los barrios pudientes de la ciudad, donde todos lo conocen y respetan. No es un loco, ni un enfermo, ni un delincuente. Nunca ha hecho mal a nadie. A pesar de las frías noches de invierno y las necesidades propias de su forma de vida, es afable y agradecido con todos. Hasta el señor Dereck , uno de los hombres más ricos de la ciudad, lo saluda amablemente al pasar a su lado, como a un vecino más del barrio.

Esta mañana la escuela de música ha sufrido un gran incendio. Las llamas se generaron en el primer piso y, lentamente, ascendieron hasta la azotea. Los pocos alumnos que a esa hora se encontraban en el edifico eran los aprendices de piano que, por fortuna, daban clases en la planta baja. Gracias a la rápida acción del conserje, todos, profesores y alumnos, salieron ilesos por la puerta principal.

XHORAS DESPUES,x cuando el fuego estaba completamente extinguido, las autoridades aseguraron en los medios de comunicación que no había que lamentar ninguna víctima, tan solo daños materiales; sin embargo, algunos profesores de violín se quejaban, muy molestos, pues los bomberos habían tardado demasiado en extinguir las llamas, y el incendio había tenido tiempo de alcanzar la segunda planta, la planta de los violinistas. Al parecer, era incalculable el valor de los violines que se habían quemado, más de cincuenta.

En mitad del desconcierto, entre sirenas de bomberos, aprendices de piano asustados, quejas de profesores de violín y vecinos aturdidos por el suceso, alguien lanzó una voz sobre el bullicio, interesándose por el estado de Kevin Mazowski. Todos quedaron en silencio. Muchos corrieron hacia el callejón donde vivía el vagabundo, en las traseras de la escuela de música.

Al llegar, la escena era desoladora. La especie de techumbre bajo la que Mazowski dormía, había quedado totalmente arrasada por el fuego. El callejón, en su totalidad, tenía rastros del incendio. Había ceniza por todas partes, incluso algunos cubos de basura permanecían humeantes. Todos se temían lo peor. La anciana señora Hatkins , entre otros vecinos, empezó a gimotear desconsolada. Algunos bomberos rastrearon la zona sin éxito. Fueron momentos muy angustiosos.

La policía, a través de sus emisoras, se disponía a dar aviso del caso al resto de patrullas cuando algo increíble sucedió. Detrás del muro del callejón, la alta pared que lindaba con el amplio jardín de la mansión de los Dereck, se escuchó una sinfonía de carcajadas que, seguramente, ninguno de los allí presentes, podrá olvidar jamás.

XEL SEÑORx Dereck fue el primero en reaccionar. Giró la calle con premura y, en presencia de todos, abrió la majestuosa cancela de su jardín. La escena que allí presenciaron no pudo sino hacerles contener la respiración a todos, aplaudir, gritar de alegría y llorar de felicidad: un vagabundo, Kevin Mazowski, flotaba sonriente en la piscina privada más grande de la ciudad, junto a cincuenta y dos violines, la mayoría de ellos chamuscados.

Nadie, absolutamente nadie --en la sección local de los periódicos tampoco se decía nada al respecto--, podrá explicarse nunca como aquel hombre feliz y pobre había logrado salvar cincuenta y dos violines y su propia vida del gran incendio.

Cuando alguien le pregunta, Kevin Mazowski tan sólo sonríe.