Los hijos matan a sus padres, las esposas envenenan a sus maridos, las cabezas decapitadas ruedan por los suelos de palacio con la lengua seccionada y en las plazas lucen al sol los cuerpos empalados por el recto. Hay intrigas, sexo explícito, menage à trois, sesiones de tortura y mucho delirio.

Parece el tráiler de una temporada de la serie Juego de Tronos, pero la descripción está entresacada de las páginas de Los Románov (Crítica), la monumental y detallista obra que cuenta la historia de la dinastía que pilotó Rusia durante tres siglos y cuyo autor, el historiador Simon Sebag Montefiore (Londres, Reino Unido, 1965), se declara encantado con el parecido con la ficción televisiva: «Ambas hablan del ejercicio del poder más absoluto», compara el estudioso.

Los libros de historia suelen ordenar el tiempo en batallas. La mirada de Montefiore pone el foco en la condición humana de los miembros de la extinta monarquía rusa, casi como haría un guionista de teleserie, porque es de vidas de lo que está hecho el pasado. «En las autocracias, la esfera privada de los poderosos se confunde con la pública. Cuando cometían adulterios o torturaban a sus hijos, los zares también hacían política», advierte el autor del libro.

Haría falta un canal de televisión entero para relatar el inabarcable culebrón de una familia que llegó a administrar la sexta parte del planeta y que dio 20 zares, muchos de los cuales murieron violentamente. Valga el caso de Pablo I como metáfora de toda la estirpe: exigía que sus súbditos besaran el suelo que pisaba -literalmente- y acabó con la cabeza triturada a patadas en el año 1801. «Era el único contrapeso que padecían: si uno lo hacía mal, se lo cargaban y ponían a otro», apunta Simon Sebag Montefiore. Estos fueron los principales actores de una saga exagerada.