La vida editorial de los libros y su consideración es azarosa. No hay más que tomar un ejemplo. La conjura de los necios . Su autor, John Kennedy Toole, un importante neurótico, acabó suicidándose harto de pasear la novela por las editoriales y solo gracias al tesón de su madre el libro se publicó póstumamente, con los ya conocidos resultados. Fue un éxito incombustible. Desde su aparición, jamás ha dejado de venderse y hoy es un fondo de armario inagotable en las librerías.

Karoo , la novela que acaba de rescatar Seix Barral, podría muy bien jugar en la misma liga. Se publicó en Estados Unidos en 1998, dos años después de la prematura muerte de su autor, el guionista cinematográfico de origen serbio Steve Tesich, y aunque recibió buenas críticas la recepción de los lectores norteamericanos fue apenas discreta. Y no sirvió de nada que popes como Doctorow y Arthur Miller le hubieran dedicado entregadas recomendaciones. Tuvieron que pasar 15 años para que un pequeño sello francés la rescatara y se convirtiera en la sorpresa de la temporada del pasado año, tras recibir el equivalente al premio Llibreter en el país vecino, el Mémorable, que rescata obras inéditas o que han pasado desapercibidas.

Más allá de las vicisitudes editoriales y la hazaña póstuma hay algo que equipara a Karoo con La conjura de los necios; su destructivo y amargo sentido del humor y, por encima de todo, la creación a tamaño natural de un personaje tan repulsivo como fascinante. Saul Doc Karoo es un hombre sin escrúpulos. No los tiene en su vida personal ni tampoco en la profesional. Es un reescritor de guiones cinematográficos, no necesariamente para mejorarlos sino para hacerlos más comerciales, y le pagan cifras indecentes por ello.

EL AUTOR En cuanto al padre de la criatura, el desconocidísimo Tesich, hay una anécdota que retrata a la perfección lo que con el tiempo sería su característico estilo picaresco. De niño, Steve Tesich (en realidad, Stojan Tesic), nacido en Uzice, en la Serbia de la antigua Yugoslavia en 1942, solía fantasear con la idea de que su padre, un militar de carrera desaparecido en combate durante la segunda guerra mundial, en realidad vivía en Estados Unidos. Era una historia que le gustaba repetir a sus familiares, que le reían la gracia entre burlones y compadecidos. "Cuando tu padre te mande a buscar desde Estados Unidos me traes un regalo", decían. Pero un día, cuando Tesich tenía 13 años y su viejo cuento casi había perdido la gracia, tuvieron que tragarse aquellas bromas. La madre recibió una carta del marido descarriado desde Chicago y al año siguiente la familia volvió a reunirse en la ciudad norteamericana. La anécdota la contó Tesich en la cumbre de su fama, a los 37, a la revista People cuando, casi novato en la gran pantalla, acababa de recibir un Oscar por su guion de la película El relevo , una especie de American Grafitti , pero con bicicletas en lugar de rock.

No es difícil deducir que aquella amable película sobre chicos ciclistas al borde de la edad adulta, en una localidad de Indiana, Bloomington, tenía un trasfondo biográfico. Allí llegaron Tesich, su hermana y su madre a la muerte del padre dos años después de la sonada reunificación familiar. Gracias a su afición por el deporte consiguió una beca para la universidad local y más tarde estudio en la neoyorquina Columbia.

Tras El relevo, que incluso propició una serie de televisión, vinieron los guiones de otras películas estimables de los primeros 80, como El mundo según Garp de George Roy Hill, Georgia de Arthur Penn o El ojo mentiroso y Eleni de Peter Yates. En todas ellas, y en las obras de teatro que había escrito en los 70 por las que apenas arañó una ligera notoriedad, retrató Estados Unidos como un amable país en el que a base de esfuerzo es posible conseguir un vida decente. Pero algo se torció en los últimos años de su vida. Y los síntomas pueden detectarse en las piezas que estrenó en el off Broadway --donde regresó a finales de los 80 tras el desencanto de Hollywood--, muy negras, muy críticas con su país de acogida, coincidiendo, significativamente, con la guerra en Bosnia.

Karoo , el cínico guionista, nació entonces y no es difícil reconocer en él un trasunto de Tesich, una imagen deformada de su propia amargura frente a la industria y a un país que ya no quería. Se vio como el escritor que ha desperdiciando su talento en empaquetar basura para Hollywood, como el enemigo a abatir. Con Karoo, como consigo mismo, Tesich, que murió de una crisis cardiaca a los 53 años mientras estaba de vacaciones, no tuvo la menor compasión.