Tomaz Pandur y su equipo han creado una Medea hecha por y para el teatro romano. La 55º edición del Festival de Mérida se despide a lo grande con un montaje que sigue la estela de las otras dieciséis ´Medeas´ representadas anteriormente. Es una función intensamente visual, de una simetría elegante a los ojos de la mayoría de espectadores que, hipnotizados, abarrotaron por completo el aforo del teatro. El texto de Eurípides se reinventa y eleva a los cielos a una soberbia Blanca Portillo que, quizás, destrone a Margarita Xirgu o a Nuria Espert.

Medea, la nieta del Sol, es una exiliada en los grises años 50 del siglo pasado, que se mueve en un círculo de fuga permanente, casada con su espera, olvidada por unos y humillada por otros. Está relegada a un segundo plano, en una sociedad machista y sin escrúpulos. Lo ha dejado todo por Jasón: su patria, su familia, y hasta ha cometido crímenes; está ciega de amor por él, aunque para Jasón parecen no ser suficientes estos sacrificios y la abandona por Glauce, hija del rey Creonte.

Dignidad

El montaje se centra en el exilio de Medea, obligada a abandonar Corinto. Es una apátrida que lo ha perdido todo pero, aferrada a su libertad, maquina una cruel venganza contra su esposo. Es una madre humillada por las ansias de poder de su marido y despojada de todo derecho y dignidad. Se mueve por la pasión, resurge de sus cenizas y arremete de forma implacable contra sus enemigos. Pero Medea, aun cargada de ira, no pierde sensualidad ni poder de persuasión. Blanca Portillo lucha, se lamenta, enloquece, se desgarra e inmortaliza en el teatro su interpretación, crecida con sus potentes cambios de registro.

La puesta en escena es cinematográfica, basada en imágenes, saltos en el tiempo y flashbacks . El teatro se traduce en movimiento, expresividad y neorrealismo. Nada queda fuera de mirada del espectador y todo el espacio es utilizable. El montaje está cargado de elementos simbólicos y la sincronización de los actores se traduce en magia y fluidez sobre el escenario. Desfilan por él carritos de bebés, un coche de época --caravana incluida--, prismáticos vigilantes, un globo aerostático, que conecta lo divino con lo humano e, incluso, aparecen créditos finales.

La iluminación se convierte también en protagonista, capaz de unificar todos los elementos de la puesta en escena. Hay juegos constantes con claroscuros que se oponen y complementan, dan intimidad a los monólogos de Medea o reflectan sobre las columnas romanas, engrandeciendo el escenario.

Entre los actores, destaca Asier Etxeandía, el centauro Quirón. El actor narra la tragedia que se está gestando mientras contorsiona su cuerpo. El público no escatimó en su ovación al artista. Alberto Jiménez, en su papel de Jasón, y la curtida actriz Julieta Serrano como nodriza, también consiguen llenar el escenario con potentes actuaciones. Completan el reparto los argonautas y las mujeres de la Cólquide, quienes forman un coro de acordeones y de voces desgarradas con ritmos de los Balcanes.

La tragedia final se apoya en el Requiem de Mozart, petrificando a un público que asiste a la muerte en vida de Jasón, desplomado frente a la fría Medea una vez satisfecha su venganza contra el esposo. El director esloveno se homenajea en esta adaptación con tintes autobiográficos. Desde que Yugoslavia desapareciera en la última guerra de los Balcanes, Pandur ha encontrado su patria en el teatro. Y a juzgar por el éxito de Medea , se le ve bastante cómodo en su hogar.