No quiero dar mis datos gratis a empresas que van a comerciar con ellos y que, además, influyen en las decisiones electorales que tomamos, en lo que vemos y no vemos, en lo que compramos y en las noticias que vemos. Este fue uno de los temas que Antonio Muñoz Molina y yo abordamos en la charla que mantuvimos en la Feria del Libro de Badajoz. También hablamos de lo difícil que es titular, de lo necesario que es defender las propias posiciones políticas con razón y con vehemencia y del proceso de creación en un oficio que es, sin duda, el más barato del mundo: solo se precisa de papel y de un bolígrafo.

Facebook y Twitter también se han convertido ya en medios de comunicación en los que se comparten noticias de medios tradicionales de los que leemos, casi siempre, los titulares nada más. Luego, opinamos. Alguno comenta: «Si nos fijamos en el segundo párrafo de la información, se dice que...», pero eso no se ve nunca. Tampoco hay manera de acabar con los bulos, a los que ahora llamamos ‘noticias falsas’ o ‘fake news’ (ah, pero una noticia falsa no es una noticia, porque una noticia ha de ser verdadera, aclaramos). En castellano tenemos el vocablo ‘paparrucha’, que la RAE define como «noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo». A mí esa palabra que siempre me recordará a Ebenezer Scrooge, el protagonista de ‘Canción de Navidad’ o ‘Cuento de Navidad’ —depende de las traducciones— de Charles Dickens).

Helena Matute es catedrática de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto. En una entrevista explicaba que Google, Facebook, Twitter o Amazon aprenden de nosotros de la misma manera en la que lo hacemos los seres humanos: por reforzamiento: hay montones de personas (más de 2.000 millones) haciendo búsquedas, dando a ‘me gusta’, pinchando a los enlaces... Así aprenden los algoritmos qué es lo que te interesa. Pero la cuestión importante, señala, «no es solo cómo aprenden sino también qué aprenden». Cómo te perfilan para que al final sepan más de ti que tú mismo: tienen errores aún, pero cada vez menos.

Resulta que, en este sistema capitalista, tú no eres el usuario de las aplicaciones, «tú eres el producto», dijimos Muñoz Molina y yo al unísono. Él no usa Facebook. Los periodistas sí. La semana pasada le preguntaba al psicólogo Ramón Nogueras (mi vida está llena de psicólogos últimamente) qué había ocurrido en nuestras vidas. Hace veinte años yo echaba en el trabajo el doble de horas que ahora (sí: llevamos décadas destruyendo derechos laborales) y no tenía tanta sensación de estrés. Me señaló el móvil: «Esto ha ocurrido». Vivimos conectados permanentemente. Comemos con amigos que ponen el teléfono en la mesa. Vemos series con el teléfono al lado, entrecortadamente. Vemos debates sobre el estado de la nación tuiteando. Vemos conciertos con el móvil en la mano por si salta un ‘whatsapp’. En el cine ya no solo se ilumina una pantalla.

Y también creemos que Facebook funciona tan bien que, si nos hacemos una ‘fan page’, los periodistas la verán. La nuestra y la de otros mil doscientos más. Hace ya varios años, Ana Aznar, gestora cultural (una mujer con criterio) me decía que, en el Observatorio de la Cultura de Extremadura que comanda, la principal traba que habían encontrado es lo mal que se promociona la cultura. Sobre todo la que es minoritaria.

Alejandro Palomas, Carmen Posadas o Santiago Posteguillo no necesitan de mucha presentación: todos ellos estarán en la feria del libro pacense este fin de semana. También estará Gabriela Luzzi, argentina, nacida en Rawson, provincia de Chubut, donde «mi mamá tenía una biblioteca muy chica, no teníamos casi nada. Cada tanto pasaba un señor a vender libros con una valija y ella siempre le compraba en cuotas. Compraba muchas antologías, la poesía completa de César Vallejo. Capaz los compraba solamente porque eran muy bonitos. Entre todos esos libros, apareció uno de Juana de Ibarbourou que era más chiquito que los demás y me animé a leerlo. Cuando lo leí, no podía creer lo que decía esa mujer ahí. Se animaba a mucho. A pesar de que no lo terminaba de entender en ese momento, ahora, con el paso del tiempo, adoro ese libro. Fue el primer libro que leí y me abrió la cabeza. ¿Cómo puede ser que a esa mujer no le dé vergüenza?, pensaba».

Ella no dice nada sobre la poesía ni sobre qué es la poesía y escribe cuando puede, como hacemos todos, y corrige, y edita también en Paisanita editora y dice: ‘Escribí una poesía horrible / fría / es una poesía donde traté / de esconderme bajo una manta de lana cruda. / No sé si existe la lana cruda / es algo incómodo que yo inventé para taparme / y no fue suficiente. / Me veía / estaba junto a un chico / los dos desnudos / pero no somos una pareja / no somos hombre ni mujer. / Me veía todo el tiempo / de costado / había silencio / y a cada rato traté de que se prendiera una luz’.

Eso intentamos siempre. Que se prenda una luz.

Presentación del libro ‘Warnes’ de Gabriela Luzzi. Ediciones Liliputienses. Sábado, 18 de mayo. 18.45 horas. Feria del Libro de Badajoz.