Hace 30 años, Antonio Muñoz Molina (Ubeda, Jaén, 1956) andaba en un afán bien distinto: en esos días iniciaba la versión definitiva de Beatus Ille , su primera novela, y a aquel funcionario destinado en Granada ya le parecía un logro hacer realidad ese libro que tenía en la cabeza. Ayer, en su primera comparecencia tras conocerse que le habían concedido el Príncipe de Asturias de las Letras, quiso destacar esta circunstancia para presentarse como "un hombre con paciencia y buena suerte". Le acompaña una carrera llena de éxitos, pero el autor confesaba con humildad: "Me han ocurrido cosas sin que tuviera que desearlas demasiado".

Después de 15 años, el Príncipe de Asturias ha recaído de nuevo en un escritor español (el anterior fue Francisco Ayala, en 1998), pero su nuevo destinatario, el más joven de los llamados a este selecto olimpo literario, se declara refractario a la lógica de los escalafones. "Una vez me dieron un premio y un autor mayor me dijo: te has saltado la cola", contó con una sonrisa, antes de afirmar más serio: "La literatura es gente que escribe, gente que lee y gente que alienta para que esto se dé. Una carrera no se mide por los premios que se reciben".

El creador de El jinete polaco considera que a través de él se está premiando a toda una cosecha literaria, la de aquellos que despuntaron al llegar la democracia. "Lo he recibido yo como podría haberlo recibido un grupo importante de autores", señaló. Solo dio dos nombres, los de Julio Llamazares y Javier Marías, y si bien no se concibe a sí mismo formando parte de ningún colectivo, pues "cada uno hizo la guerra por su cuenta", cree que a sus coetáneos les unió una circunstancia decisiva: "Fuimos una generación privilegiada: nos encontramos con un público que quería leer lo que escribíamos. Ya no podíamos echarle la culpa a Franco si nadie nos leía", explicó.

El jurado del Premio Príncipe de Asturias, que también barajó las opciones de Luis Goytisolo, el irlandés John Banville y el japonés Haruki Murakami, entre 18 candidaturas, reconoce haber premiado a Muñoz Molina, por su "hondura y brillantez" a la hora de narrar fragmentos relevantes de la historia de su país y por su condición de "intelectual comprometido con su tiempo". Al titular del sillón u de la Real Academia de la Lengua no le gusta esta etiqueta. "Más que intelectual, prefiero hablar de hombre de letras. En este país es difícil no dejarse llevar por la corriente y ejercer la disidencia personal".

Precisamente su último libro, Todo lo que era sólido , es un ensayo en el que lanza una mirada crítica sobre los tiempos que corren. Con el fin de presentarlo, el autor llegó la semana pasada de Nueva York, donde tiene su residencia repartida con Madrid, pero el premio va a poner un altavoz especial a las inquietudes que vierte en sus páginas. "Me preocupa que perdamos todo lo que habíamos conquistado, y que nos demos cuenta cuando ya no lo tengamos", advierte.

Le esperan días de terciar en polémicas pegadas a la actualidad. Ayer ya se mojó en algunas. Sobre las relaciones entre Cataluña y España, animó a "no dejarnos llevar por los fanáticos o los iluminados". Sobre la monarquía, afirmó: "En principio soy republicano, pero entre la monarquía holandesa y la república venezolana, prefiero la primera". En otoño recogerá el premio de manos de los príncipes, de quienes dijo: "Son unas excelentes personas en una situación imposible".