«No quiero pedirle nada más a Dios, solo que sobrevivamos», anotó en su diario Renia Spiegel el 18 de julio de 1942. Tenía 18 años y era judía en la Polonia ocupada. Doce días después era asesinada a tiros por los nazis. Su testimonio íntimo, e inédito hasta ahora, calificable como el de una Ana Frank adolescente, acaba de llegar a las librerías de una decena de países tras permanecer décadas guardado en una caja fuerte por voluntad primero de su madre y luego de su hermana, que sí lograron sobrevivir al Holocausto y, tras la guerra, emigrar a Estados Unidos.

Dos días antes de esta anotación, los alemanes habían obligado a Renia a trasladarse al gueto de la localidad de Przemysl, junto a sus abuelos, su hermana, seis años más joven que ella, y su novio, Zygmunt. Allí, dice, «los días son terribles y las noches no son mejores. Cada día trae consigo más víctimas». El gueto está «rodeado de alambre de espino, con guardias que vigilan las puertas. Salir del gueto sin permiso se castiga con la pena de muerte. (...) Tengo el alma desconsolada, el corazón inundado de terror. Así es la vida», escribía una joven que empezó su diario con 15 años, en enero de 1939, y que pronto se preguntaba: «¿Por qué vivimos con miedo a las redadas y los arrestos? ¿Por qué no podemos salir a pasear porque los niños tiran piedras? (...) Tengo miedo, muchísimo miedo».

«Mire por donde mire, veo derramamientos de sangre. Los pogromos son terribles. Matanzas, asesinatos... (...) Señor, déjanos vivir, te lo ruego, ¡quiero vivir! He experimentado muy poco en esta vida; no quiero morir. La muerte me da miedo. (...) Sí, sí, la guerra es terrible, salvaje, sangrienta». A pesar de entradas como esta, de junio de 1942, donde aflora el horror que la rodea, Renia parece refugiarse de él con notas que podrían ser las de cualquier joven de su edad: encuentros con amigos, el colegio, el primer amor, el primer beso, las inseguridades sentimentales y de futuro..., pespunteadas por la añoranza de la madre y también de sus propios poemas. Era muy buena estudiante, «quería ser escritora y leía a todo tipo de escritores y poetas», señala en el ilustrador epílogo de El diario de Renia Spiegel (Plaza&Janés) su hermana Elizabeth Bellak (de niña Ariana), que también aporta notas al pie y un prefacio.

La madre, que estaba en proceso de divorcio y evitó acabar en el gueto de Varsovia consiguiendo papeles de identidad falsos, había dejado a sus dos hijas a cargo de los abuelos en Przemysl, al sur de Polonia. Elizabeth, que fue una actriz infantil conocida como la Shirley Temple polaca, se tortura por no recordar la última vez que vio a Renia -«¿Cómo he podido olvidarlo? ¿Qué me dijo?»-. Sí puede rememorar en cambio cómo se despidió de sus abuelos, cuyo final, cree, fue una fosa común. La abuela le puso un abrigo azul; el abuelo le dio una cajita de colores y le dijo: «He pegado 20 monedas de oro. Es todo lo que tengo». El novio de Renia, Zygmunt, sacó a Elizabeth del gueto y la escondió en casa de la familia de una amiga, cuyo padre la llevó a Varsovia con su madre.

ANSIEDAD / Elizabeth completa el destino de Renia, a la que Zygmunt ocultó con sus padres en un edificio del gueto para evitar que fueran deportados a los campos, pues a diferencia de él, no tenían permiso de trabajo. Pero alguien les denunció y la Gestapo los mató nada más detenerlos. Zygmunt dejó testimonio de ello en una última nota del diario de Renia antes de legarlo a un amigo no judío. Sería precisamente Zygmunt quien, tras sobrevivir a Auschwitz y convertirse en médico, localizó en los años 50 en EEUU a la madre y la hermana y les entregó «una gruesa libreta de líneas azules». Leer el diario, confiesa su hermana, le provoca «ataques de ansiedad». «El pasado aún hace que se me acelere el corazón y que me entren ganas de vomitar», admite quien, también víctima, veía «día tras día a los alemanes pisotear con sus botas a judíos y polacos».

La madre nunca le contó a su nuevo marido lo vivido en la guerra. Elizabeth tardó en contárselo al suyo. «No estaba segura de poder soportar el dolor de hablar de mi pasado (...) Había pasado años intentando olvidar que yo era la niña que había conseguido salir con vida de Polonia mientras que su hermana no». Por ello, al morir su madre, en 1969, guardó el diario en una caja fuerte del Chase Bank de Manhattan. Hasta que sus hijos Andrew y Alexandra empezaron a preguntar y lo sacaron a la luz.

Los escritos de Renia son ejemplo de madurez. En julio de 1941 anota cómo un «ucraniano monstruoso con uniforme alemán» golpeaba a los judíos. «Los golpeaba y los pateaba y nosotros estábamos allí indefensos, débiles, impotentes... tuvimos que soportarlo todo en silencio. Mi único consuelo era pensar en mi venganza, oh, sí, la venganza es dulce, pero no debería ser sangrienta». A renglón seguido habla de los alemanes heridos que ve pasar: «Lo siento por esos muchachos jóvenes y casados, tan lejos de su patria, de su madre, de su esposa, puede que de sus hijos. Hay quien está rezando por ellos también y quien llora por ellos en noches de insomnio. Esa es la ironía del destino...»

Este fue el último poema de Renia, pocos días antes de morir. «Lo que más me asusta son las sombras/ cuando, por la mañana,/ una parpadea sin avisar/ en la carretera que se extiende ante mí./ Mi corazón echa a temblar/ y yo miro a mi alrededor/ petrificada./ No puedes mirar a una sombra a los ojos, / no puedes cogerla del brazo,/ no puedes preguntarle o puedes tocarla;/ ni siquiera sabes de quién es/ este gris que serpentea, que se arrastra,/ que resplandece y se retuerce./ Lo que más me asusta son las sombras».