Hace ahora 25 años, a Al Pacino se le pasó por la cabeza la idea de ponerse a dirigir una película. Y rodó no una, sino cinco o seis. "Las tengo escondidas en casa y, como mis pinturas, nunca se las he mostrado a nadie. En todo caso, a partir de ese momento comprendí lo difícil que es ser cineasta, y por eso empecé a ponérselo más fácil a los directores con los que trabajaba".

Que Pacino explicara ayer esta historia en la Mostra de Venecia tiene sentido porque, por un lado, horas después de hacerlo recibió el premio Jaeger-LeCoultre, un galardón paralelo al certamen que distingue toda una carrera en el cine y, por otro, porque justo después presentó en el certamen, fuera de competición, Wilde Salome , su segunda película como director, sin contar las que guarda en casa.

Wilde Salome es el ambicioso homenaje de Pacino a una de sus obras teatrales favoritas: Salomé, que Oscar Wilde escribió en francés en 1893 y que fue prohibida en Gran Bretaña durante 40 años. Basada en la virgen bíblica que recibió la cabeza de Juan Bautista servida en bandeja, es un torrente de carnalidad, celos, venganza y sensual terror. "Me interesaba reflejar las dificultades que tuvo Oscar Wilde para luchar contra las circunstancias que lo persiguieron y también las dificultades que yo mismo me topé con la puesta en funcionamiento de la película", explicaba ayer Pacino.

"Mientras hacía la película no sabía adónde iba, no tenía una historia, solo una visión", confesó. Más concretamente, Wilde Salome es una mezcla de documental, teatro filmado y making of muy en la línea de Looking for Richard (1996), en la que Pacino exploró el Ricardo III de Shakespeare. Empezó a gestarse en el 2006, cuando decidió montar una versión teatral del libreto de Wilde. Simultáneamente, decidió dirigir una versión cinematográfica del montaje y también un documental sobre el proceso mismo de creación de la obra y sobre la vida de su autor.