A Jordi Llobregat (València, 1971) le llamó la atención una foto colgada en el comedor del seminario de Vic. «Había algo oscuro en ella. Era un grupo de jóvenes seminaristas a principios del siglo XX. Unos miraban con vanidad, incluso con crueldad, otro con temor, otro con odio, otro se escondía…», recuerda el autor de El secreto de Vesalio y director del festival Valencia Negra. Y a partir de ella tiró de hilos imaginarios por los que transitan judíos que cruzaron los Pirineos huyendo del nazismo, habitantes de las antiguas colonias textiles catalanas, lobos sobrenaturales a lo John Connolly o una policía con ataques de ansiedad, para armar No hay luz bajo la nieve (Destino), novela negra bajo la sombra de Dante que lanza guiños a Seven. El escenario, la montaña pirenaica, un personaje más, que respira una atmósfera «temible».

La subinspectora Álex Serra investiga la aparición de un cadáver desnudo, maniatado y con los ojos cosidos con alambre, en una estación de esquí en obras. «Es una mujer fuerte que, como hacemos muchos, se cubre con una coraza y arrastra un sentimiento de culpa por la desaparición de su hermana en la infancia, que le ha marcado la vida», señala sobre su protagonista, a la que prevé rescatar en el futuro.

Sus cicatrices se manifiestan en recurrentes ataques de ansiedad, algo que el autor conoce por experiencia propia. «La primera vez que te pasa no sabes qué es, sientes que te vuelves loco. Es la respuesta que desde la prehistoria tendrías si te ataca un león y crees que morirás: saltan las alarmas y o corres o atacas. Tu sistema simpático se dispara en cualquier situación normal, por un abrazo que te agobia, la música alta... Tu cuerpo te dice que vas a morir y entras en pánico, las pulsaciones se disparan. Tu cuerpo se prepara para una acción violenta porque tu mente le engaña enviando mensajes de peligro que no hay». Eso, en un policía, multiplica los riesgos.

Álex es enviada a la Vall Tova, en la Cerdaña actual, donde se crió. En paralelo, Llobregat intercala entradas del diario de Raquel, una de los casi 20.000 judíos que entre 1939 y 1944 atravesaron la frontera huyendo de Hitler. «Cruzaban el Pirineo por puertos de montaña, con nieve en invierno, de noche. Niños, ancianos, mujeres y hombres, con lo puesto y cargando sus últimas posesiones, y con el miedo a ser descubiertos, detenidos y enviados a los campos».

Tabú sobre los guías

Aún hoy, explica, hay un tabú en la zona sobre guías habituados al contrabando que ayudaban a los huidos a cruzar por dinero pero que en algunos casos los mataban para quedarse con sus bienes. «La mayoría de gente les ayudó, aunque en algunos pueblos les denunciaron a la Guardia Civil -lamenta-. No es difícil establecer paralelismos con los refugiados de hoy, con mafias que les ayudan a pasar y el peligro de morir en el camino».

Recoge también la vida en las colonias industriales catalanas nacidas a mediados del siglo XIX y que perduraron hasta los 70, que tan bien rescató Sílvia Alcàntara en Olor de Colonia. «Fuera de Cataluña se conocen poco. Algunas aún pueden visitarse, como la Vidal, en Puig-reig, que inspira la de la novela. El patrón pagaba un jornal a los trabajadores que, al vivir en su colonia, le pagaban el alquiler, compraban en su tienda, iban a su iglesia, a su escuela… Estaban bajo su control. Allí nacían y criaban a sus hijos, futuros trabajadores, en un régimen de sumisión». Un «sistema perverso», zanja.