Aunque suela ser noticia por sus chifladuras o, últimamente, por sus visitas al hospital, Ozzy Osbourne es un señor que se dedica a la música desde hace 50 años, cuando se dio a conocer como cantante de Black Sabbath. Pero, mientras el influjo de la banda de Birmingham se ha hecho amplio y diverso con los años (en el metal extremo, el grunge, el stoner rock y tantas otras familias), su carrera en solitario se ha ido atascando en una retahíla de discos mediocres. Y ahora llega Ordinary man y observamos ahí ciertos vestigios del esplendor pasado.

El mejor Ozzy solista queda para siempre asociado a los álbumes que grabó tras su espantada de Black Sabbath, Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a madman (1981), un periodo excitante que terminó con la accidentada muerte del fino guitarrista y compositor Randy Rhoads. Ninguna de sus obras posteriores ha alcanzado, ni de lejos, aquel estado de gracia, y un disco de aprobado alto como es Ordinary man, que llega una década después de su último intento (Scream), representa una grata noticia para sus seguidores.

BANDA DE ESTRELLAS / Trabajo de elaboración algo extraña, en cuyos créditos Ozzy da las gracias a su banda pese a que no toca ni una sola nota: el príncipe de las tinieblas ha preferido a vips como el bajista Duff McKagan (Guns n’Roses) y el batería Chad Smith (Red Hot Chili Peppers), base rítmica del álbum, en el que entran y salen el también gunner Slash y Tom Morello (Rage Against the Machine). Equipo de relumbrón para un repertorio que arranca con brío en ese Straight to hell de verbo amenazante hasta lo escatológico («te haré gritar / te haré defecar») y coros a medio camino entre Uriah Heep y Meat Loaf.

Ozzy, a velocidad de crucero en un primer tramo en el que despunta ese siniestro Goodbye con arrollador acelerón final, tras expresarnos el deseo de que sus amigos (¿Lemmy Kilmister, por ejemplo?) le esperen al otro lado del umbral. Aunque ha afirmado que este no es su último disco, se advierte el perfume de la muerte y de la despedida, también en la propia Ordinary man, donde evoca sus orígenes de pobre diablo salvado por el rock’n’roll. Cuando Ozzy practica el baladismo, lo practica de verdad, como en los tiempos de Goodbye to romance o So tired: no falta ni Elton John, haciendo suyo el relato elegíaco.

HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO / El álbum sufre luego altibajos y se reanima en Holy for tonight, llamado a las puertas del cielo, y en ese gamberro It’s a raid, con inflexiones cafre a lo Sabbath primera época contagiándose a todo un Post Malone (dueto mejor integrado que la cita a tres bandas, con el rapero Travis Scott, de Take what you want, pieza que cierra el disco como bonus track).

Ozzy Osbourne, resistiéndose a ser un tipo normal, un ordinary man, hasta el último aliento, y entregando una obra palpitante cuando ya apenas la esperábamos.