Manuel, el protagonista de Los asquerosos, se ve obligado a huir de Madrid con lo puesto y encuentra refugio en un pueblo abandonado. Allí le coge el gusto a tener todo el tiempo del mundo para hacer lo que le venga en gana, a apañárselas cual hombre primitivo y a la soledad. Solo Santiago Lorenzo podía convertir tan magra trama en una tronchante, rabiosa y poética novela sociopolítica.

-¿Puede describir el lugar desde donde habla?

-Estoy en una casa de una pedanía de un pueblo muy pequeño de Segovia. Es una casa que se me queda un poco grande y que está bastante desangeladita.

-¿Qué ve?

-Tengo el ordenador delante con posibles respuestas a posibles preguntas que me hagas.

-¡Una entrevista con trampa!

-No, es que tienes el dudoso honor de hacerme la primera entrevista por Los asquerosos y necesito un poco de apoyatura. Detrás mío tengo un montón de maquetas y delante tengo una montaña muy bonita.

-Si el consumo es una religión, ¿qué es Los asquerosos?

-En función de eso, sería una nueva propuesta para relacionarnos con la austeridad. Con la austeridad como elección propia, no impuesta por las asquerosas circunstancias.

-¿Es de natural austero?

-Sí, majo, sí. Qué le vamos a hacer.

-¿Siente simpatía por la figura del ermitaño?

-Un ermitaño puro, un ermitaño que está metido en su gruta, será siempre una persona que será imposible que te dé la paliza.

-¿Cree que el Estado es cada vez más represor y que asistimos a un retroceso de las libertades?

-No es una opinión decir que sí. Posiblemente se escriban tesis doctorales demostrando que en efecto las cosas están yendo para atrás en materia de libertades. Es penoso porque uno ha vivido épocas de una libertad envidiable. Es evidente. Siempre se demanda más libertad pero es que en este caso se están demandando cotas muy bajas. Si uno se dedicara a la sociología y la politología saldría una tesis muy sencillita de hacer.

-¿Qué opina de la educación de los niños por parte de las familias?

-No tengo hijos y no me puedo imaginar en la tesitura de tenerlos, de forma que vivo bastante de espaldas a la infancia. Imagino que me lo preguntas por lo que sale en la novela.

-Por eso y porque tiene ojos.

-La misión de viejos como yo es quejarnos de las generaciones que nos suceden y la obligación de las generaciones que nos suceden es quejarse de nosotros. Así que yo he cumplido con mi parte. Siempre encuentro cosas en materia de deseducación de los hijos que me sacan de quicio y es una gozada sacarse de encima ese desquicie en una ficción.

-¿Qué le desquicia de la deseducación de los niños?

-El Actimel, el cuidado que no te toquen que te contagian, la necesidad de que las casas estén a 25 grados en invierno y a 18 en verano. Tú necesitas correr riesgos físicos para aprender a evitarlos. Me da la sensación de que hay una hiperprotección que creo que va a ser muy perjudicial de cara a su supervivencia cuando se hagan adultos.

-Hay en Los asquerosos una crueldad inédita en usted cuando se refiere a La Mochufa.

-Hay que expresar tus sentimientos en las novelas. La verdad es que sí hay una crueldad y un sadismo con La Mochufa pero mejor expresarlo en un libro que ponerlo en práctica. El nuestro es un sádico que utiliza armas muy elementales. Había un enfado en esta novela que igual no había en otras. Un amigo me decía no te pases, pero es que pasarse es una gozada, al menos en la ficción.

-Las trampas que les prepara parecen de Solo en casa.

-Esa película la vi en un autobús. A mí lo que me admira es la gente capaz de hacer cosas eficaces con pocos recursos. Lo importante de las agresiones de Manuel no son tanto los resultados sino el hecho de que las fabrica con cuatro elementos que encuentra por casa. Emparentaría a Manuel con esas películas de kungfú en las que un tío con un palito es capaz de derrotar a 50 samuráis.

-¿Alguna vez ha llevado ropa con la marca bien grande?

-Creo poder jurar que no.

-¿Le parece que no sabemos qué hacer con el tiempo libre?

-El tiempo libre cunde en la medida en que tú tengas ganas de hacer cosas con él. Siempre ha habido gente que no sabe qué demonios hacer. Tengo un vecino que se ha jubilado y está todo el día mirando la pared y da mucha pena. Hay individuos que no saben qué hacer con el tiempo y otros a los que les falta y estos suelen ser más interesantes.

-¿Nunca se ha aburrido en soledad sin nada que hacer?

-Sí. Pero es que yo tengo toneladas de tiempo libre y además desde hace muchísimo tiempo. Entonces en ocasiones sí me encuentro a mí mismo con una especie de angustia que me dura unos 30 segundos porque no tengo nada que hacer ni nada que me apetezca hacer. Por fortuna solo dura 30 segundos. Luego vuelvo a hacer mis cositas, que uno es lo suficientemente tonto para entretenerse con una tiza.

-Leyéndole parece que se lo pasa bomba escribiendo.

-Yo si no me voy a divertir mucho no me pongo a escribir. Lo del sufrimiento escribiendo no lo puedo entender. Es como si sufres comiéndote una escudella. Pues no te la comas y ya está. No debes escribir si no te mueres de ganas de hacerlo.

-¿Cómo nace la palabra Mochufa?

-Ya apareció en Las ganas. Es una absoluta invención, me sonaba a onomatopeya del cuerpo social al que me refiero y que queda descrito con cierta exactitud en la novela o eso se ha intentado. Decía Joaquín Vidal, el crítico taurino, que hay una palabra en castellano que al pronunciarla seas finlandés o seas de Córdoba entiendes perfectamente lo que significa, que era la palabra cabestro, llamarle a uno cabestro. Aspiro a que pase lo mismo con Mochufa.

-¿Es posible una revuelta anticonsumista?

-Sí, siempre que sea puramente individual. Yo sigo manejando billetes en vez de tarjeta y tengo problemas pero es mi problema superarlos. Te miran mal, parece que eres un narcotraficante cuando vas a comprar.

-¿Quiénes son exactamente los asquerosos del título de la novela?

-Todos somos susceptibles de serlo pero me fijo especialmente en los caseros gorrones, los funcionarios que aporrean con exceso de celo, las empresas tramposas y La Mochufa.