De acuerdo, los efectos especiales de Tron , realizada en 1982, no tienen nada que hacer contra la parafernalia infográfica de Tron Legacy , rodada en el 2010, pero el original en poco más tiene que envidiar a esta continuación o secuela tardía de apabullante, pero insensato, frío y hasta feísta, repertorio tecnológico.

Tron era un filme insuficiente, pero creó un concepto claro para la entonces advenediza relación entre el cine, la informática y los videojuegos. Tron Legacy apabulla con su discurso y sus imágenes que acontecen dentro de un gran juego de realidad virtual en el que están apresados varios humanos (el que encarna Jeff Bridges, protagonista del original, y su hijo, un adolescente que interpreta Garrett Hedlund), pero no genera nuevos caminos por explorar. En esto, Matrix , que quizá hoy haya envejecido bastante, le da mil vueltas.

Lo mejor de la propuesta puede residir en la forma en que se fusionan en el mismo plano los actores reales y los digitales (el programa informático con el rostro rejuvenecido del propio Bridges) o en la configuración de las secuencias de batallas, tan deudoras de las pautas de los videojuegos más novedosos como de la prehistoria de este género. Lo demás es extrañamente sucio para un filme tan aparentemente cuidado, con situaciones que lastran el ritmo y personajes caricaturescos que entorpecen alguna secuencias. Es el caso del que interpreta Michael Sheen, propietario de un local de moda que quiere emular con su peinado al David Bowie más glam de la época de Diamond dogs . El filme se hace pesado y monótono, y eso, en principio, va en contra de cualquier concepto del videojuego, diseñado para provocar vértigo.