El último número de El Espejo, la revista de la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX), incluye el breve ensayo Hablo por nosotros. Algunas notas sobre la traducción de poesía, de Jordi Doce (Gijón, 1967). Una buena manera de preparar el terreno para la visita del poeta, ensayista y traductor, durante este curso, a una de las aulas literarias de la AEEX, esta vez la de Plasencia. No será, ni mucho menos, la primera vez que viene por aquí, pues el autor asturiano mantiene una relación de privilegio con Extremadura: su último poemario, No estábamos allí, obtuvo en 2017 el Premio de Poesía Meléndez Valdés, otorgado por el ayuntamiento de Ribera del Fresno; ha colaborado en varias ocasiones con la Fundación Ortega Muñoz, de Badajoz, y ha prestado especial atención a algunos poetas extremeños, como Álvaro Valverde, cuya antología Un centro fugitivo prologó en 2012.

Asentado en Madrid, tras su marcha de Asturias y una fundamental etapa inglesa en Oxford y Sheffield, Jordi Doce es una pieza clave de múltiples engranajes editoriales y literarios en la capital y, si en sus tiempos Ortega y Gasset hizo que los lectores españoles girasen la cabeza hacia lo que se hacía en Alemania, Doce ha dado a conocer en España a múltiples poetas de lengua inglesa, sobre todo contemporáneos. En mi caso, me impresionaron hace tiempo sus traducciones de William Blake. Aunque los Libros proféticos de este poeta romántico fueron publicados por Atalanta en una edición lujosa, traducidos por el profesor cacereño Bernardo Santano, vale la pena tener también las traducciones del Libro de Thel, las Visiones de las Hijas de Albión o El Matrimonio del Cielo y el Infierno, realizadas por Doce, para comprobar la diferencia entre la traducción de un filólogo y la versión de un poeta.

En su ensayo, Doce achaca al bilingüismo de su niñez (su madre es francesa) su gusto por la traducción, que reivindica como «un ejercicio de desdoblamiento» que sería también «una huida liberadora de la cárcel de lo que somos» y «un medio de reinventarnos». Dicho ensayo me animó a retomar la lectura pendiente del Libro de los otros (Trea, 2018), que recoge las «versiones comentadas» que Doce realizó de una impresionante nómina de casi un centenar de autores, sobre todo de lírica inglesa, que van desde John Ashbery a William B. Yeats, de Emily Dickinson a Charles Simic. Como hiciera José Ángel Valente, ineludible referente suyo, Doce prefiere hablar de «versiones» y no de traducciones para estos textos, muchos publicados previamente en su blog Perros en la playa, y acompañados de comentarios que informan sucintamente sobre textos y autores. En tan amplio muestrario se codean los grandes como Donne, Pound o Eliot con autores ignorados en España, con muchos practicantes de esa «poesía de lo cotidiano en la que los ingleses son maestros», incluyendo el típico amor inglés por los gatos, con poemas de Ted Hughes o Roy Fuller dedicados a sus felinos de compañía; así como sorpresas de autores más conocidos como novelistas, como D. H. Lawrence o esas Efigies de Paul Auster de cuando aún era un poeta contemplativo y orientalizante, y no el «icono del chic neoyorquino» que es hoy.

La selección de Doce va dibujando unas afinidades electivas marcadas por su devenir biográfico: junto al poeta descubierto en una antología está el poeta al que conoció como persona, por ser hispanista o por ser vecino en Oxford. En una universidad menos rígida y más abierta al talento que la española, Jordi Doce sería catedrático en cualquiera de las decenas de facultades que imparten Filología Inglesa. Este Libro de los otros resulta una inmejorable introducción e incitación a la lectura de las líricas británica y norteamericana, sobre todo a la más reciente.