Nada es imposible. Ese fue el mensaje que la Academia se encargó de recordar a muchos de sus elegidos en la 81 edición de los Oscar. Y si a alguien se lo gritó fue a Danny Boyle y a todo el equipo de Slumdog millionaire , una película que estuvo a punto de salir directamente en vídeo y que, sin embargo, el domingo casi alcanza el pleno al cosechar 8 de los 10 premios a los que aspiraba (de los que solo podía conseguir nueve pues dos de sus canciones competían entre sí).

El Oscar también ratificó su mensaje a Kate Winslet, una fuerza de la naturaleza frente a las cámaras que, en su sexta nominación, y pese a medirse con la gran dama de la interpretación, Meryl Streep, consiguió finalmente por The reader agarrar la estatuilla y no, como en ensayos y sueños infantiles similares a los de Penélope Cruz, una botella de champú. "No era una niña privilegiada que pensara que esto pudiera pasarme... Es un sueño hecho realidad", aseguraba Winslet, que, en lugar de Alcobendas, ha puesto Reading (Gran Bretaña) en el radar de Hollywood al hablar a la prensa de su ciudad, donde su madre acaba de ganar un concurso de cebollas encurtidas.

Años después de defraudar dejando fuera de lo más alto del podio a Brokeback mountain , la Academia lanzó esta vez un mensaje a favor de la igualdad. Premió la impresionante creación de Sean Penn en Mi nombre es Harvey Milk , dando el segundo Oscar de su intensa carrera a un actor que, más relajado que otras veces, bromeó sobre su fama de rudo: "Sé lo difícil que a menudo hago apreciarme".

Penn alabó la elección de Barack Obama y demandó "derechos iguales para todo el mundo". Se había emocionado antes, al ser premiado el guión original de Dustin Lance Black, un joven homosexual que, inspirado en el político asesinado, rompió las cadenas sociales y morales impuestas por su religión mormona. "Harvey me dio esta historia y salvó mi vida --dijo Black--. Y lo único que quería decir es a todos los jóvenes gays que están ahí fuera que todo va a salir bien".

Hubo más. El triunfo de la japonesa Departures , que no entraba en ninguna de las quinielas, dominadas por Vals con Bashir y La clase , demostró que las sorpresas aún son posibles en los Oscar. La magia de Philipe Petit, el protagonista del documental Man on wire , llegó al escenario. Y la emoción en el premio a Heath Ledger (el segundo póstumo para un actor tras el de Peter Finch por Network ) recordó que ese universo de estrellas de apariencia tan lejana está formado, ante todo, por humanos.