La Juani de Bigas Luna, la Laia de Icíar Bollaín, la Emma de Roberto Pérez Toledo es ahora la Sara de María Ripoll. Lo es en la comedia romántica No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, que hoy llega a los cines. Verónica Echegui (Madrid, 1983) encarna a una treinteañera a la que todo le va mal. Basada en la novela homónima de Laura Norton y dirigida por Ripoll, No culpes al karma es una película que no engaña a nadie en la que Echegui (escorada habitualmente en el drama) demuestra sus dotes para la comedia.

—Usted leyó la novela hace mucho tiempo, antes de saber nada de la adaptación al cine.

—Me encantó. La juzgué de entrada y pensé que era un producto comercial. Pero me enganchó. La protagonista me recordó a mucha gente que conozco. Me reí y la terminé llorando porque me emocionó.

—Va por la edición número 30. Se han vendido 250.000 ejemplares. Habla usted de «producto comercial». La palabra comercial tiene mala fama, pero uno hace películas o libros para que el público las vea o los lea, ¿no?

—Totalmente. Es un error que soy la primera en cometer. Las palabras son traicioneras. A mí lo que me interesa es que haya buenas historias que sean comerciales. Que generen industria. Cuando he dicho eso me refería a que pensaba que el libro sería más tópico, una historia edulcorada. No sé, a lo mejor por esa portada con colores rosas. Pero el libro, repito, me enganchó y sorprendió.

—Hipocondriaca, patosa, sensible, despistada y creativa. Así es Sara.

—Es todo eso, sí. Lo que más admiro de ella es que, a pesar de las circunstancias, tiene arrojo y valentía.

—¿Cree que la película es un retrato generacional de los treintañeros?

—Todos los filmes son un reflejo de la sociedad. Pero no solo estamos los treintañeros. También los padres de los treintañeros. Lo bueno de esta comedia es que tiene algo universal. Los personajes están muy bien construidos, son cercanos y reales. Su manera de pensar y funcionar es coherente. Yo, por ejemplo, me río de mi misma.

—Es algo sano.

—Mucho. Es algo a lo que he aspirado siempre. Es un síntoma de inteligencia. Y da felicidad.

—Hace pocos días protagonizó un toples para reivindicar la aceptación del cuerpo tal y como es.

—Surgió de forma natural. Fue una reflexión sobre el tiempo que he empleado en mi vida en sentirme insatisfecha o en pensar que me faltan cosas, que tengo que estar más guapa, o ser más interesante o más inteligente. Y creo que ese camino solo lleva a la insatisfacción y al dolor. Me gustaría que el mundo en el que vivo trasmitiera otros valores.

—¿Seguimos siendo una sociedad rancia donde a una actriz la valoran por el tamaño de sus pechos?

—No sé. Yo no hablo de la sociedad ni de los demás, sino de mí. Soy actriz y estoy acostumbrada a verme constantemente. Siempre hay opiniones: estás más alta, más delgada, más gorda, más mayor. Siempre estás expuesta——¿Cuánto tiempo le ha costado esa paz interior?

—Llevo 10 años trabajando como una hormiguita.

—¿Tan mal lo había pasado antes?

—Antes de cumplir los siete años era una niña muy feliz. Derrochaba creatividad. Hablaba con mis manos, por ejemplo. Una profesora me tenía cruzada y un día me pegó. Se lo conté a mi madre, que es muy comprensiva, y entonces decidió cambiarme de colegio. Cuando entré en el nuevo centro me dije a mí misma: ‘No hagas nada diferente si quieres que te dejen en paz’. Me pasé muchos años queriendo ser alguien que no era. Deshacer todo eso cuesta un trabajo enorme. Fue fundamental un libro El drama del niño dotado.