Poca gente hay que no solo tenga la intimidad y comprensión del mar que tiene William Finnegan (Nueva York, 1952) sino también la capacidad de contarlo. Una leyenda dice que hay 40 palabras con las que los esquimales nombran la nieve, pero este periodista y surfista sabe cómo describir los mil matices en lo que el resto solo verían montañas de agua en movimiento. Para él en una ola cabe el mundo. Sus memorias, Años salvajes (Periférica), relatan la juventud errante en busca de la perfección acuática de este hombre, más conocido como reportero bélico de New Yorker. Con el libro ganó el Pulitzer e hizo que a muchos lectores a quienes el surf les interesa menos que cero quedaran atrapados.

—El jurado del Pulitzer dijo que su libro era «una extraordinaria exploración en un arte exigente pero poco entendido». ¿Por qué entonces ha conectado con tantos lectores?

—Es verdad que el surf es casi una teología, un mundo cerrado con su propio lenguaje. Pero el jurado se refería más bien a que logra mostrar la intimidad con la que el surfista entiende el mar y capta su belleza.

—En Estados Unidos, el gran público apenas sabía nada de sus andanzas de juventud como surfista. ¿Por qué se decidió a revelarlas cuando ya pasó los 60?

—Escribí un artículo para New Yorker sobre Mark Renneker y mi editor me dijo que había un libro. Pero no me convencía escribir sobre una sola persona y pensé que lo que realmente me gustaría es contar mis propias experiencias sobre la gente que me acompañó y los lugares que visité. Luego, mi trabajo como periodista parecía más urgente y este era un proyecto que podía esperar.

—Al rebuscar en sus recuerdos, ¿qué sentimientos guarda hacia el jovencito que era usted?

—Me siento muy cercano. La construcción de estas memorias partió de los diarios que llevaba entonces y de una caja que me envió un gran amigo de mi infancia cuando residía en California repleta de las cartas que le envié desde Hawái, donde mi familia se trasladó para vivir cuando yo tenía 13 años. El estilo era muy malo pero estaban cargadas de detalles y eran la puerta de entrada a mi juventud.

—El libro relata muy bien esa sensación de plenitud e inmortalidad que solo se da en la juventud. Y el surf es una imagen perfecta de eso.

—Visto desde fuera, el surf da la sensación de libertad, de éxtasis, pero eso no es real. En realidad, el día a día es muy aburrido. Esos momentos de trascendencia son muy pocos, apenas uno al año, pero solo por ellos se soporta toda esa frustración.

—¿Puede describirme uno?

—Tenía 20 años y estaba en Fiyi, en una isla deshabitada en la que un amigo y yo encontramos una ola magnífica, pero muy difícil porque el lugar no era profundo y peligrosa porque rompía sobre el coral. Estuvimos meses estudiando la ola, aprendiendo a leer su rapidez para poder cogerla de espaldas.

—¿Existe una relación íntima entre el surf y la escritura?

—Creo que escribir no es muy diferente de surfear. Cuando bajas una ola, haces un uso inteligente de ella, lo que quiere decir que aprovechas al máximo los materiales que la ola te está dando en bruto, dependiendo de su velocidad, de su pendiente, de su rapidez para lograr el descenso perfecto. Cuando eres periodista no haces otra cosa que recoger los materiales y presentarlos con fluidez e inteligencia para que el artículo se muestre con el mejor estilo posible.

—Usted ha venido a España a hablar de la relación entre periodismo y democracia en EEUU. ¿Que el periodismo esté pasando por una crisis es un síntoma de que la democracia norteamericana también lo está?

—Nuestra crisis política se llama Donald Trump. El periodismo estadounidense se ha transformado porque la información política, que lo domina todo, ya no está basada en hechos sino en opiniones con un importante protagonismo de la radio, la televisión e internet, que mayoritariamente son medios de derechas.

—¿Eso es lo que ha posibilitado el ascenso de Trump?

—Sí, un ejemplo claro es Fox News, un canal donde no existe el cambio climático o la ciencia. Ese tipo de periodismo es muy rentable. Pero incluso para Fox News, Trump es demasiado lamentable. Lo apoyan sencillamente porque no quieren a Hillary Clinton y todo acaba siendo parte de un magma en el que todo es opinión y espectáculo.