Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada / y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes. (…) Retornarán los libros, las canciones / que quemaron las manos asesinas. / Renacerá mi pueblo de su ruina / y pagarán su culpa los traidores.

Esta canción, una de las más hermosas que se haya escrito en castellano, no se la dedicó Pablo Milanés a Salvador Allende, el presidente de Chile asesinado en el palacio presidencial, en La Moneda, el 11 de septiembre de 1973. La compuso en diez minutos el día que se enteró de la muerte de Miguel Enríquez.

Miguel Enríquez fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que quería ser la vanguardia marxista de la clase obrera. No se quiso exiliar tras el golpe que dio Augusto Pinochet y decidió vivir en la clandestinidad. El 5 de octubre de 1974 aparecieron los agentes de seguridad de la Dirección de Inteligencia Nacional, de la DINA. Dispararon sin avisar porque en las dictaduras no hay éticas que valgan.

Augusto Pinochet impuso medidas económicas liberales, prohibió los sindicatos, privatizó la seguridad social y violó todos los derechos humanos, salvo los de los suyos. Por supuesto, su régimen fue corrupto, una corrupción de unos 28 millones de dólares. Y evadió impuestos. Y transformó al estado en una cosa que no valía para nada, porque los mercados, por supuesto, no pueden impedir el libre mercado ni pueden intervenir para regular las condiciones de aranceles, vivienda, empleo, ofertas, industrias, demandas. Para coartar los derechos de reunión y expresión, con las leyes mordaza de la época, sí.

Su discurso hablaba de un «estímulo a la iniciativa económica particular, dentro de un régimen de propiedad privada de los medios de producción» y de que su mandato iba a lograr que el pueblo chileno tuviera «una aceptación de la autoridad fuerte e impersonal, que sea a la vez dique eficaz contra el libertinaje y garantía de justicia para todos».

Quemaron libros de las bibliotecas: hasta de las bibliotecas privadas. Se censuró la escritura. Los poetas traficaban con sus obras clandestinamente. Se destruyó parte del archivo fílmico de la Televisión Nacional de Chile.

Estas cosas no son cosas de otros tiempos y de otras naciones y nunca han ocurrido en España y nunca van a ocurrir. Los derechos se ganan y se defienden. A eso le ha cantado Pablo Milanés. A eso le ha cantado Jorge Drexler también: Era el tiempo de la apertura, / tiempo de dictaduras / derrumbándose. / Eran tiempos de revolcones, / manifestaciones; / yo empecé a fumar. / Y cuando fumaba, / el tiempo pasaba más lento / y yo me sentaba / a verlo pasar.

Sí: los dos son famosos por sus canciones de amor, más que por sus canciones políticas. Yo ya no sé si lo personal es político: el cuerpo sí. El cuerpo sí es político. Si un dirigente de un partido dice que te permite quedarte unos meses más en un país al que has llegado huyendo de la pobreza a cambio de que des a tu hijo en adopción, el cuerpo es lo más político de lo que vamos a hablar en la vida. Entre los derechos aprobados por la ONU (en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en vigor desde 1966) se encuentra, atención, el derecho a la protección social, a un nivel de vida adecuado y al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental.

España lo ratificó el 30 de abril de 1977. Aparece en el BOE.

Si no se aprueban leyes que te protejan en caso de que alguien te apuñale al grito de «maricón de mierda», o denuncian tu derecho a casarte ante el Constitucional, tu orientación sexual es política.

A los cantantes de América Latina, el compromiso político se les presupone. A los escritores también. Sobre la calle ha estado la lluvia / sobre los ancianos que no sabrán pronunciar / el país al que los desplazan, escribe Jorge Posada. Laura Casielles, que es española, también escribe: El día en que Gavrilo Princip / asesinó al príncipe Francisco Fernando / se cumplían dos años / del día en que se autorizó la compra del Canal de Panamá. / Y el año en que murió Winston Churchill, / Mehdi Ben Barka despareció en París en extrañas circunstancias / y la India independiente hizo oficial uno de sus más de treinta idiomas. / Mientras Bolívar se subía a su caballo, / los ingleses se instalaban en Tasmania. / Los fusilamientos del 2 de mayo / no son lo mismo que el 2 de mayo de 1812, / cuando los colonos desistieron del sitio a Cuautla. / Si son anécdotas, todas son anécdotas. / Si son hechos importantes, todos ellos son hechos importantes.

Esto es cultura: saber que ha de haber otros tipos de lenguajes públicos. Nunca es escapismo (hay ideología hasta en Peppa Pig): siempre hay contextos, relaciones, tiempos y condiciones de producción que posibilitan unas obras y no otras, unas autocensuras, elecciones de temas novelísticos y repartos en teatro, financiación de películas… Hablamos siempre de pactos por la sanidad, las pensiones, la educación. Que nadie metiera las zarpas en la producción cultural también estaría bien.