Queridos Reyes Magos:

Comencé el año bailando un danzón con la Orquesta de Extremadura. El 12 y el 13 llega Pepe Viyuela con su ‘Bestiario del Circo’. El 18 y el 19, Celia Romero cantará ‘El amor brujo’, de Manuel de Falla. El 27 tengo una cita con Sonido Extremo. También con los ‘Diarios’ de Alejandra Pizarnik, con Charles Simic traducido por Jordi Doce, con Robert Frost y con un montón de poetas, venidos de allende los mares, que ocuparán las calles y las plazas de Plasencia durante dos días, acompañados de esas pequeñas editoriales que tanta vida dan, porque, cuando llegan las novedades de los grandes grupos, descubres que no te interesa casi nada de lo sacarán de aquí a junio. Eso sí: deseas que llegue marzo para que Salamandra edite, por fin, ‘Martha y Alan’, de Emmanuel Guibert, que ha esperado a ser más maduro, artísticamente, para acometer la adolescencia de Alan, ese señor que ya murió y que se rodeó de la intelectualidad más granada de su época después de luchar en una guerra en la que no dio ni un tiro. Hay una generosidad tremenda en eso: en que alguien saque una grabadora, la ponga delante de ti y quiera que le cuentes tu vida.

¿Quiénes éramos antes de tropezar los unos con los otros? El otro día, una felicitación de año nuevo de una editorial, decía: «Los libros, sí. Pero primero la vida». Como si pudieran disociarse. «Siempre encuentras algún listo que aprendió todo en los libros», cantaban Víctor Manuel y Ana Belén. ¿Habrá otro país sobre esta Tierra nuestra en el que se desdeñe tanto la lectura y en el que la gente se abra un perfil de Tinder diciendo que estudió en la Universidad de la Vida (sí, así, con mayúsculas)? Porque, claro, qué nos va a enseñar del honor un Dumas; qué del antirracismo un Twain; qué del amor y el amante y el amado una McCullers; qué de la extrañeza cotidiana una Fernández Cubas; qué del dolor ante la muerte un Auden; qué del juego una Matute; qué de la construcción del género una Arrate. Mejor no leer y vivir; es decir... ¿Trabajar? Sí, vale. Llegar a casa, soltar un bufido, recoger la ropa sucia, poner lavadoras, planchar, hacer la cena, fregar, ducharse, dormirse de espaldas uno a otro sin hablar. Oh, sí, hay quien vive así, día tras día, uno y otro y otro más. A qué demonios llamará vivir esta gente.

Yo prefiero tropezarme. Buscar a Rilke en Florencia; que las calles de Nueva York sean tan apasionantes que en 21 días no pises ni el MoMA; escuchar en febrero a Till Fellner en Badajoz y en Cáceres (algún día habría que hablar de los malabares con los cachés que se hacen para que en Extremadura, en toda la periferia cultural, podamos disfrutar de esta gente y de las trabas presupuestarias y de la suerte que es que haya gente peleona que programa así); ir a la inauguración del nuevo espacio Maltravieso Capitol con toda la excitación de las nuevas obras; escuchar a John Boutté y ver ‘Tremé’ de nuevo y que Black Mirror me vuele la cabeza y, sí, también, comprar libros y hacerles fotos para mandárselas a un amigo que vive en Madrid y al que le llevas más de 10 años pero que te envía vídeos de Youtube sobre Kant y sobre los escépticos y, cuando llega a casa con un libro de Hölderlin y algunos de filosofía medieval, te dice que su felicidad es real y pesa tres kilos.

Gente que es feliz cuando crea. Gente que toma notas en varios cuadernos desordenados. Gente que investiga sobre materiales y se tumba en el suelo de su estudio a pensar sobre el proceso de creación para que su obra cuente lo que ellos quieren que cuente. Gente que adapta obras de teatro de otros o que escribe las suyas propias. Gente que se encierra con unas guitarras y un piano en un estudio de grabación. Gente que, en fin, ya lo dijo Auden antes que yo: «La Verdad era su modelo mientras se afanaban en construir / un mundo de objetos perdurables en los que creer, / sin creer que la loza de barro y la leyenda, / el pórtico y la canción, eran veraces o embusteros». Porque, por supuesto, en los libros no se puede descubrir nada, repetimos. Ni siquiera que otros encontraron todas las palabras antes que tú, o describieron tu dolor mejor que tú, o te asomaron al abismo y al vacío para rescatarte a la alegría.

Y sí, también se vive, si es que llamamos vida a lo que yo llamo vida. Y, en una reunión con amigos, antes de despedir el año, hablamos de ‘El mundo de ayer’, de Zweig y de ‘El fin del homo sovieticus’ de Aleksiévich y de Guibert y de Ashbery y te piden un libro de poesía y tú prometes regalar esa novela de Hidalgo Bayal y hay setas y criadillas y alcachofas encima de la mesa y una botella de vino y un relato de las Navidades y de las esperanzas.

Queridos Reyes Magos: la republicana que soy solo cree en ustedes como majestad alguna. Esta noche llegan, con todos esos libros y cómics por leer y de los que hablar con la familia (sí, mi familia también es de las que aprende cosas así, qué se le va a hacer si somos tan burdos y vulgares) y los amigos: a la familia y los amigos ya los pongo yo. Pero dennos vida. Mucha vida. Regálennos luz. Muchísima más luz.