En la cima de El Acebo Alejandro Valverde no puede ni hablar. Y no es porque en unos meses vaya a cumplir los 40 años. Ya empieza a gustarle que lo llamen El Abuelo. No puede hablar porque está asfixiado del esfuerzo, de su feroz demarraje. Es imposible que tenga la edad que figura en su carnet. Nos engaña a todos. «El abuelo nunca dice la última palabra», bromea en la cumbre asturiana. Ver para creer. Al inicio de la subida final, plisplás, ataque de Valverde y solo Primoz Roglic, el líder, lo aguanta. Todos, por detrás, a sufrir, a vivir otro día para enmarcar del campeón del mundo.

«Si la Vuelta de aquí al final es un mano a mano entre Roglic y yo querrá decir que estoy luchando por la primera, o si no por la segunda plaza», insiste cuando ya ha recuperado la respiración. No ha podido con Roglic, el mismo que aguanta a Valverde en los momentos más duros de El Acebo, la fase inicial del puerto. Y ha tomado una decisión, con la victoria de etapa decidida entre los fugados (triunfo del estadounidense y compañero del jersey rojo Seep Kuus). Si no puedes con tu enemigo alíate con él porque saldrás ganando, dejarás al resto de rivales distanciados en la general y con una semana de carrera todavía pueden pasar muchas cosas, nadie es invencible y mucho menos en el ciclismo contemporáneo, mucho más sensato y menos bruto que el de unos tiempos no tan pretéritos.

Valverde levanta pasiones entre los aficionados, los que se habían reunido para dar colorido al Día de Asturias, para creerse hasta que estaban en un escenario del Tour. Y lo mismo sucederá hoy en La Cubilla, denominada el Galibier asturiano. «Si he conseguido 40 segundos, bienvenidos sean. Ataqué para ver qué pasaba». Nairo Quintana, sí o sí, debe dar el último servicio al Movistar convirtiéndose en gregario de Valverde.