Cuarenta y cuatro años son muchos, demasiados para quedarse en casa. No es un sueño. Es una realidad, la piel de gallina, el entusiasmo al máximo, el corazón acelerado, el Tour de Francia llega esta tarde a las laderas de Montjuïc. Y no lo hace con una etapa insulsa, sin sentido, aburrida, sosa, de las que llaman a quedarse dormido en el sofá. No. Ni mucho menos. Porque hoy Lance Armstrong puede hacer entrar a Barcelona en la más brillante historia de la ronda francesa. Quizá hoy es la última oportunidad que le queda al ciclista tejano para volver a vestirse con el jersey amarillo que conquistó por siete veces en los Campos Elíseos de París.

Valgan las palabras de Alberto Contador, el grandísimo favorito para adjudicarse la prueba. "Por necesidad, por estrategia, para evitar errores, los candidatos a la victoria final nos veremos inmersos en la lucha por la etapa de Barcelona". Nadie quiere regalar segundos. Nadie osa quedar cortado en una llegada de casi dos kilómetros de ascensión donde los llamados culos gordos del pelotón, entre ellos los esprínteres puros y duros, sufrirán el látigo de la cuesta del Poble Espanyol.

TRIUNFO DE VOECKLER Ayer el Tour entró en el "centro cósmico del universo", es decir, Perpinyà, la capital del mundo, según Salvador Dalí, a cuya memoria se dedicó la etapa ganada por el incombustible Thomas Voeckler, ciclista alsaciano que se hizo héroe nacional francés al vestir en el 2004 el maillot amarillo durante 10 días, en pleno imperio del corredor tejano, un enamorado de Barcelona. "Una ciudad que me entusiasma por su cultura y su gastronomía". La frase no es de Dalí, sino de Armstrong. Cultura poca hará porque a casi 60 km/h, el pelotón no tendrá tiempo para admirar los monumentos. Y los hábitos gastronómicos del estadounidense en la grande boucle resultan más bien espartanos, ninguna exquisitez de la cousine française y menos de la catalana.

El apetito de Armstrong se resumirá hoy en intentar tumbar a la bestia suiza, al líder Fabian Cancellara, al que, para desgracia del tejano, difícilmente se le atragantarán las cuestas de Montjuïc después de haber resistido las cumbres helvéticas y haberse impuesto en la Vuelta a Suiza. Pero hay que morir en el intento. Solo con que Cancellara se corte un segundo, Barcelona convertirá a Armstrong en el rey del Tour de Francia.

Barcelona estaba llamada a ser la etapa de Alejandro Valverde. Merece la pena aquí contar una historia que tiene al ciclista murciano, ausente de la carrera, como protagonista. Valverde corrió y ganó la Volta. Y la etapa de la Volta en Barcelona finalizó en el paseo de Maria Cristina. Alguien, erróneamente, le comentó al corredor que la meta barcelonesa del Tour era llana.

Así que fue necesario enseñársela. Valverde se montó en el coche de equipo e inició la ascensión hacia el estadio. "Es para mí, es para mí", repetía. De repente, Valverde volvió a la realidad: "Por los italianos no podré correr... Si yo no estoy, ganará Freire", dijo a modo de sentencia el gran austente.

Y sí. Freire sí que está. ¿Se le ha visto? No mucho. No ha querido desgastarse ante el azote de Mark Cavendish (dos triunfos anotados). Ha preferido resguardarse puede que hasta hoy.