Beatrix Meléndez-Pal, deportivamente ‘Beu’, (La Habana, Cuba, 27 de agosto de 1986) es un volcán. Su sonrisa, eterna, la delata. Su espontaneidad se torna por momentos contagiosa. Y su implicación queda fuera de toda duda. Hasta su acento tiene sonidos inequívocamente extremeños que explican su cercanía. Y es que ella habla sin remilgos de «esas cosinas» con una entonación muy arroyana al menos en tres ocasiones en la conversación-entrevista en este diario.

Esta maestra cubano-húngara, de notas académicas excelsas y de personalidad arrolladora, lo tiene claro, y así lo expresa: «quiero quedarme aquí toda la vida», dice. Y todo ello, mirando a la cara a quien tiene bastante que decidir sobre su futuro: Adolfo Gómez, presidente, entrenador y alma máter del Extremadura Arroyo, que la acompaña.

Horas después del espectacular ascenso a la Superliga del club de voleibol, ambos expresan su felicidad de distinta manera: él, analítico; ella, con pasión, pero ambos con una devoción incontenible al servicio de una idea: la que marca la humildad de una entidad modelo en el contexto del deporte regional.

«Que no se olvide decir que soy muy feliz. Jamás he sido tan feliz», abunda la colocadora, también entrenadora de «mis chupetines de 6-7 años», que lamenta que en la cita de Socuéllamos, en la que el Arroyo hizo historia (de nuevo) para el deporte extremeño, no se repartieran medallas. «Muy mal, muy mal, yo quería una. Me parece fatal», protesta mientras exhibe y se fotografía con la copa de subcampeona de la fase final. Lo afirma, eso sí, con un proverbial entusiasmo, en el fondo restándole importancia y bajando el asunto a la categoría de anécdota puntual.

«Pues no sé qué va a pasar. En mayo nos reuniremos la directiva y ya veremos. Tengo un proyecto que pasa por profesionalizar toda la estructura». Adolfo Gómez, el entrenador extremeño con un mejor historial de siempre (ha ascendido a la élite con dos clubs distintos) afirma que «ahora tenemos que disfrutar» antes de afrontar decisiones preponderantes, y que la experiencia de la anterior aventura en la Superliga obliga a cambiar el modo para que todo funcione bien y no tanto al amparo de la aventura.

Beu asiente sobre lo de vivir intensamente el momento que se han ganado a pulso, pero cuenta que en la noche anterior, tras la celebración sorpresa en el pabellón arroyano, nadie siguiera la fiesta «para tomar unas copas». «Ayer era mejor que hoy. Hoy ya no es lo mismo. Hay que vivir el momento». Verdadera personalidad la suya, cercana al máximo, lo que le ha granjeado la amistad de todo un pueblo, aunque ahora viva en Cáceres por diferentes razones. «En Arroyo me quieren mucho y yo quiero a todos también», asegura la jugadora de voleibol.

EMOTIVIDAD / La noche del domingo no fue muy larga, pero sí emotiva. «Nos estaban esperando, aunque se apagaron las luces. Yo vi que había demasiados coches aparcados al lado del pabellón... sabía que había algo, y también por las redes sociales». Hasta la cantera estaba presente en el tributo, que todos disfrutaron especialmente, desde luego.

«Mirad. Por este tipo de gente podemos seguir adelante». Adolfo Gómez habla de la particular personalidad de Beu, pero también del resto. Son como una familia. Pero cada una es distinta. «Es imposible que yo me lo tome de la misma manera que otras compañeras. En el partido definitivo, con 21-23 en contra, Yohana (la capitana) y Bea Gómez estaban bailando. Yo hace cinco años hubiera dicho algo, pero sé que cada una es como es. Lo entiendo», cuenta Beu con una sonrisa en la boca asumiendo la filosofía tan particular de un equipo tan especial como el Arroyo.

Ella, con una parte de personalidad de los países del este de Europa (su madre es húngara y ella tiene la nacionalidad) es «un poco cuadriculada», dice distendidamente el técnico-presidente. En el fin de semana, ella no hubiera ido, por ejemplo, a visitar el museo del vino de la localidad manchega. Claro que no. Ella y Yohana no estuvieron porque tenían que estudiar para opositar.

Beu y Gómez, Gómez y Beu, se despiden como habían entrado: con la marca de la modestia reflejada en sus rostros, pese a su tan dispar personalidad. Es quizá ese uno de los grandes secretos del Arroyo: aquí triunfan porque en la diversidad se amparan para ayudarse y complementarse.