TNto recuerdo ni cómo, ni por qué, ni siquiera en qué momento concreto, mi padre empezó a simpatizar por el Barcelona. Lógico. Ese tipo de pequeños detalles que, curioso de la vida, siempre quedan en el tintero de las preguntas del pasado. Lo mamas, lo vives y lo aceptas de una manera automática. Sin más.

El fútbol, en su máximo esplendor, es puramente irracional. Su carga sentimental es capaz de derribar cualquier concepto teórico que lo envuelve. Y por eso, tradicionalmente, los hijos suelen afiliarse al equipo de sus padres. Los padres al de los abuelos. Y así sucesivamente. De manera irracional.

También es curioso que, mi abuelo paterno, Antonio (DEP), era simpatizante del Real Madrid, así que también pensé para mi interior que mi padre era una especie de eslabón perdido, un toque de rebeldía que debió convencerme de pequeño. Me hice del Barcelona de forma automática. De manera realmente irracional.

Los periodistas también tenemos equipo, claro está. Aunque a la hora de la profesión tintemos los colores en el Photoshop de blanco y negro. A un periodista de verdad siempre le ha molado ser crítico con lo que más le gusta, créanme.

Con el Barça he vivido momentos realmente inenarrables. Felicísimos. Desde aquel 20 de mayo de 1992 en un bar viendo la primera de Johan Cruyff junto a mi padre hasta el 6 de junio del pasado año compartiendo mi despedida de soltero con mis mejores amigos, encargando la quinta orejona culé en aquel maravilloso día de Berlín.

En medio de todo eso, el mejor Barça de todos los tiempos. Lo confieso: soy un privilegiado. He vivido y disfrutado de su mejor época. En vivo y presente. Algo único. Pero escuchen bien: si volviera a nacer, sería del Atleti. Del Atlético de Madrid.

Sí. Sería un indio con tatuajes y plumas en los cuatro costados. Un atlético de pro y cama, puro e irracional, como el propio fútbol. Porque este deporte que nació como un hobby y ha evolucionado como un juego hasta convertirse, es evidente, en una religión, además de todo lo que representa, es un camino de identificación de valores con la sociedad. Y en ese catálogo, mi equipo es el Atleti.

Porque me identifica mucho su personalidad, su manera de sufrir y vibrar, de pelear hasta el final, de disfrutar y padecer cada minuto de partido, así como de enloquecer en fracciones de segundo. La camiseta de mi vida es la del Atleti. Aunque nunca me la haya enfundado, la he llevado perenne en cada paso.

Me identifica la seguridad de Oblak, el pundonor de Juanfran, el verso libre y corregido de Luis Filipe o el inquebrantable carácter de Godín. Conecto con los orígenes humildes de Koke, el compromiso de Gabi y la espontaneidad de Carrasco. Suelo ser decisivo como Antonie Griezmann y, aunque nunca fue santo de mi devoción, mantengo un corazón constante y entregado a los que me quieren. Como le ocurre a Fernando Torres con el Vicente Calderón.

Capítulo aparte para Diego Pablo Simeone, cuyo discurso emocional y convincente es la biblia de mi forma de pensar. Y luego, claro está, la afición. Un acto de fe en cada partido.

El fútbol, repito, tiene mucho de irracional. Y por ello nunca un gran aficionado plantea el cambiarse la camiseta. Tampoco, desde luego, es mi caso, pero es digno y coherente reconocer que debajo de la que se luce, llevo otra desde que existo.

Porque mi vida siempre ha estado cicatrizada por retos y pasiones, de vivirla minuto a minuto, 'partido a partido'; de pensar que cada momento supone una nueva oportunidad, de levantarse una y mil veces, de buscar la metamorfosis perfecta para transformar un destino casado con el derrotismo hacia otro impregnado de esperanza.

De tener claro, en definitiva, tanto en el fútbol como en la vida, que si se quiere, se puede. Atravesamos momentos difíciles, donde estos sentimientos cobran más fuerza que nunca, agarrados a una creencia casi indestructible de que todo se puede cambiar. Todo.

Soy del Atleti. De lo que transmite su ADN. De lo más profundo de su identidad. De los que nunca se rinden. De los que jamás lo hacen. Pero no puedo ponerme jamás su camiseta porque la sinrazón del fútbol lo prohíbe taxativamente. Solamente les digo una cosa a todos los aficionados del Atlético de Madrid: sepan que muchos como yo, ya sea en el fútbol como en la vida misma, compartimos esta misma reflexión. Somos de los que nunca, nunca, nunca vamos a dejar de creer.

PD.: Disfruten del maravilloso sentimiento de ser un atlético. Felicidades.