Bruselas esperaba a Peter Sagan con los brazos abiertos. Era el mismo que, de buena mañana, había sido aclamado junto al Palacio Real por centenares de seguidores belgas. A Sagan, en todas partes, se le quiere más allá de las banderas, los idiomas y las nacionalidades. Fue, entre los grandes astros del esprint, el que más empuje puso todo el día y hasta a punto estuvo de destrozar el Tour a las primeras de cambio en el único tramo de adoquines programado en el estreno de la prueba. Pero, como si fuera un suspiro profundo, surgiendo de la nada y con una potencia bestial, Mike Teunissen, menos famoso, más desconocido, superó al tres veces campeón del mundo y dio la gran sorpresa al anotarse la primera victoria en juego del Tour 2019.

Fue necesario prestar atención a la foto-finish. La derrota de Sagan era clara, aunque ya consiguió con las primeras pedaladas (aunque de prestado) colocarse el jersey verde, el que persigue, el que quiere ganar por séptima ocasión. El ramo y, sobre todo, el honor de ser vestido de amarillo por Eddy Merckx en una Bruselas entregada a la pasión, a la leyenda de El Caníbal, se lo llevó Teunissen, un ciclista de 26 años que fue subcampeón del mundo de ciclocrós para menores de 23 y que hasta esta temporada no había logrado ningún triunfo importante; poca historia que contar. La satisfacción se reflejaba en su rostro. No había persona más feliz sobre la faz de Bruselas.

ALEGRÍA A LA HOLANDESA / Y, sobre todo, una tremenda alegría para la vecina Holanda, el país que más bicicletas tiene circulando por ciudades y pueblos, pero que, sorprendentemente, llevaba 30 años sin el orgullo y la satisfacción de ver a uno de los suyos con el jersey amarillo más preciado del mundo. Teunissen sucedió este sábado a Erik Breukink, el mismo que se aupó a la primera plaza de la general del Tour de 1989 al imponerse en una contrarreloj celebrada en Luxemburgo de triste recuerdo para Pedro Delgado.

LOS PRIMEROS ACCIDENTES / Por aquel entonces ni Teunissen ni Sagan habían nacido. Desde el 1 de julio de 1989 ningún holandés se había vuelto a vestir de amarillo. Teunissen sacó de la depresión a miles de holandeses que confiaban en Tom Dumoulin, ausente por lesión, para ganar el Tour 39 años después de Joop Zoetemelk, en 1980, en el año del nacimiento del campeón del mundo Alejandro Valverde quien, como el resto de grandes figuras, solo se preocupó en superar la etapa inicial sin sobresaltos y, sobre todo, sin accidentes.

Peor suerte corrió el ciclista danés Jakob Fuglsang, el jefe de filas del Astana, que se dio un buen porrazo a 17 kilómetros de meta. Se clavó las gafas y se abrió una ceja para llegar a meta con un reguero de sangre en su cara. Y los que se estamparon contra el suelo, a 2.000 metros de la meta, cuando se iba más rápido, cuando el peligro asoma por todos lados, cuando se está jugando la victoria, cuando todos van a mil por hora, cuando no se pueden cometer errores. Ni uno, si no te vas al suelo. Así es el Tour. Hoy, contrarreloj por equipos, 27 kilómetros, también en Bruselas.