Philipp Holm (Montevideo, 2-8-1980) dice «algo debe haber» para que Uruguay, con 3,4 millones de habitantes produzca tal cantidad de deportistas y, particularmente, futbolistas. «Allí el fútbol es una religión, pero también salimos basquetbolistas», dice. Como él, que durante casi 20 años fue un obrero cualificado de las canastas jugando sobre todo en la Liga EBA. Donde más tiempo estuvo fue en Mérida, en dos etapas (2006-08 y 2009-11) y, tras su retirada como profesional, allí se ha quedado a vivir, enseñando baloncesto a los niños de la capital extremeña.

Él, de sangre y pasaporte alemán por parte de abuelo paterno, también hizo fútbol cuando era más joven, pero se decantó por otro deporte que le gustaba más «pese a la altura». Holm mide 1,72 y ejerció toda su carrera de base. «Era más de pasar el balón que de meter, pero dependía de las necesidades del equipo. En los años de cantera anotaba más y ‘mano’ siempre tuve. Luego fui más un base puro», comenta.

Tras un fugaz paso por Figueira da Foz («no llegué a debutar porque vine a sustituir a un lesionado que supongo que se curó cuando me vio aparecer»), llegó a España en 2002. «Me había quedado en Barcelona para visitar amigos y me llamó el Marbella, cuyo entrenador, Alfredo Aicardi, era uruguayo».

Fue el inicio de una larga gira: además de en Mérida, militó en los equipos de EBA de Sarria (Lugo, 2004-06), Quintanar del Rey (Albacete, 2014-16) y en el Enrique Soler de Melilla (2013-14 y 2016-18). No le faltó tiempo para tener experiencias en Europa en Alemania, Suiza y Noruega, ya acompañado por Pepi, la mujer que conoció en su segunda etapa en Mérida y por la que se ha asentado definitivamente en Extremadura. Su excompañero Marcel Sol le dio trabajo en el Formación Deportiva Mérida como entrenador de cantera. «Por suerte da para vivir, aunque está todo muy difícil», asume. Y echa una mano ocasional en la empresa de análisis Sinergy Sports.

Su llegada a la capital se produjo en 2006 de la mano del técnico Jesús Gutiérrez, «un gran amigo». «Era todavía a la vieja usanza. Mandabas tu currículum y una cinta de VHS», recuerda. Ha seguido defendiendo los colores emeritenses de su club en Primera Nacional, «quitándome el gusanillo, que lo necesitaba».

A alguien que ha jugado 332 partidos en EBA hay que preguntárselo: ¿por qué en toda la provincia de Badajoz no hay un solo equipo? «No lo sé. Recuerdo haber jugado en Villanueva, Almendralejo, Don Benito y por supuesto Badajoz. La ayuda pública que había ahora es casi inexistente. Tampoco el tema empresarial es muy potente. Pero el nivel de los chicos extremeños da para jugar ahí. No habría que traer a toda la gente de fuera para hacer las plantillas. Al principio les costaría, pero luego serían competitivos».