Los psicólogos de la AEEC reconocen a varios tipos de enfermos, entre ellos los que se hunden tras el diagnóstico de la enfermedad y los que lo hacen al final del proceso. Ana María Florencio fue de estos últimos. Le diagnosticaron un cáncer de mama "hace casi cinco años", cuando tenía 38 y dos niños de 5 y 8 años. Era noviembre del año 2003.

"Cuando oí el diagnóstico se me vino el mundo encima y me aplastó, pero me hice fuerte porque tenía dos niños pequeños y quería estar aquí porque sabía que ellos me necesitaban", recuerda de ese día. Una semana después se iniciaba su paso por la enfermedad con una cirugía para limpiar en la medida de lo posible la zona del tumor. "Hasta el día de la operación pasé la peor semana de mi vida, pero tras salir del quirófano me sentí aliviada". Después llegó la quimioterapia y la radioterapia, y por ambas fases pasó animada y con el apoyo de toda la familia y de los amigos.

"Yo misma expliqué poco a poco a mis hijos lo que me sucedía", recuerda, porque no quería que vivieran de espaldas a la enfermedad o que un día se enteraran por sorpresa.

Fue fuerte "hasta que un día, al final ya, me hundí" reconoce. "Yo no llamé a la asociación --dice en referencia a la Asociación Española de Contra el Cáncer-- sino que la asociación vino a mí en ese momento, porque está pendiente de saber en qué fase de la enfermedad está cada paciente".

Tan efectivo fue para ella el apoyo que recibió del colectivo que ahora colabora con ellos como voluntaria testimonial. "Ayudo desde mi propia experiencia a otras mujeres que atraviesan un cáncer de mama". Ver la cara del enfermo cuando se ve ante una persona que ha superado la enfermedad "es la mejor recompensa", reconoce.