Calma, sosiego, recuerdos y soledad. Es lo que comparten el medio centenar de habitantes censados de Campillo de Deleitosa, un pueblo aislado, escondido entre montañas, cerros y boscaje, y comunicado con sus vecinos comarcales por estrechas y aventuradas carreteras, que dejan a su paso unos precipicios y unas vistas que a más de uno le podrían causar un síncope.

Campillo de Deleitosa es un pueblo avejentado, sí. Así lo ha reflejado el Instituto de Estadística Extremeño y así lo cuentan sus vecinos, el 90% de ellos, veteranos del municipio.

El pueblo está muy deshabitado. "La mayoría de las casas se construyeron para estar desocupadas diariamente"; el centro de salud solo tiene pacientes los martes y los jueves, y el colegio ya hace años que echó el cierre, según cuentan los vecinos.

El café del bar cada uno se lo toma en casa, porque bar hubo, pero parece que de momento tendrán que esperar un poco más para que una nueva apertura, la del hogar del pensionista, una moderna obra, sea inaugurada. Tampoco hay buen servicio de comunicaciones, y es que a pesar de las quejas y denuncias vecinales, y del pago religioso de la cuota a Telefónica, los de Campillo siguen sin disfrutar como es debido de esta prestación.

Lo que sí hay es un comercio, de los de antes, sin excentricidades, en el que no sobra nada, pero hay de todo. Desde hace más de treinta años Carmela Gómez es su propietaria. Es el único establecimiento que hay en el pueblo y sus paredes han visto marchar a muchos de sus vecinos a Francia, el País Vasco, Barcelona o Madrid. La necesidad, como en la mayoría de los pequeños pueblos, y extremeños sin trabajo y sin ayudas, hizo y sigue haciendo a Campillo cada vez más solitario.

El pueblo no tiene explotaciones. Varias generaciones vivieron hace más de treinta años de la central eléctrica, pero las nucleares y las industrias vecinas acabaron con el mercado, dejando a muchas familias sin trabajo.

También, antes, todos vivían del campo. "No éramos ricos, pero no nos faltaba de nada y no hacía falta comprar fuera del pueblo", recuerdan. Ahora, el campo se disfruta y los jóvenes no lo trabajan. Campillo es rico en agua, fauna y flora, y "nada tiene que envidiar a Monfragüe o a las Villuercas", pero el pueblo no tiene la misma promoción y así lo reprocha Justino Rivero, mientras trabaja la tierra con su mula.

No todos se van, casi, pero también los hay que vuelven. Y lo hacen por "el amor a la tierra". Como él, Justino Rivero, quien volvió al pueblo hace años después de pasar la mayor parte de su vida trabajando en Francia. Optimista, cree que la moda del turismo rural --Campillo, además de un imponente paisaje, ofrece unas rutas senderistas que albergan grandes tesoros; una antigua herrería, cuevas, minas...-- podría atraer a las personas al pueblo.

Su alcalde, Enrique Muñoz --aunque su nombre todavía no figure como tal en la enciclopedia virtual de Wikipedia -- también ha regresado al pueblo tras separarse de él, años atrás, por motivos laborales. Muñoz ahora compagina sus tareas agrarias con los asuntos de gobierno.

Samantha Sánchez, de 24 años, es la vecina censada más joven del pueblo. La suya fue la última generación que tuvo escuela. La joven recorre las silenciosas calles del pueblo mientras cuenta cómo se duplica la juventud en la época estival, o en las fiestas.

Porque en Campillo no viven jóvenes y tampoco nacen niños, ya que las nuevas generaciones han tenido que salir. Pero los jóvenes, cada vez que pueden, aunque sea solo los fines de semana, vuelven.