Escribo con hambre, lo reconozco. A media tarde, cuando me pongo a juntar estas letras que cada semana comparto con ustedes, me entran ganas de ingerir alimentos. Y no cualquier alimento. Mi organismo pide azúcar, y no le vale con un yogurcito o una fruta, pide cho-co-la-te o go-mi-no-las. Leñe, que hay que pensar y es necesario el combustible.

Y, claro, en invierno no pasa nada, que uno va tapado hasta la orejas, pero cuando empieza el buen tiempo y uno se acuerda de que va a tener que lucir palmito y enseñar carne, le entra el canguelo, el sentimiento de culpa y el afán de ordenar un poco la alimentación, de pulir curvas y quedarse lisito.

El caso es que uno se planta, y se dice a sí mismo algo así como: "Chico, llegó la hora de quitarse esos cinco kilitos de más. Está bien, que los cogiste para sobrevivir durante el frío y duro invierno. Créetelo si quieres. Pero venga, vamos, a por ellos. Cinco kilitos, ¿qué es eso para ti? Un objetivo al alcance. Además, tampoco estás tan lejos de tu peso ideal. Un poco de disciplina, algo de austeridad alimenticia, y más plano que una tabla".

Y empieza el planning. Voy a comer verduritas, pienso. Adiós a la carnaca y esas cosas. Y allá que vamos: lechuga, tomate, pepino, berenjenas, calabacines, y un largo etcétera de 'verdolaga' de lo más variada. Y, entre medio, las tortitas esas integrales. A los cuatro días de comerlas, los nervios de punta, y vuelta al golosineo. Total, si estoy recortándome de comer en cantidad y comidas copiosas, por alguna concesión no va a pasar nada. Y, al final, por un lado se recorta, pero por otro se suma. Porque comer sólo verduras da un hambre entre horas que no se pueden ustedes imaginar. Y, vaya, que, de vez en cuando, al cuerpo hay que darle algún gustillo malsano. ¿Qué daño va hacer esa hamburguesilla, kebab, pizza, etcecé? Ninguuuuno, hombre, ni que estuviera uno comiendo eso todos los días. Cinco días de comida sana, y un par de ellos de comida un poco así... Lo uno compensa lo otro. ¡Y vaya que si lo compensa! Al final, te recortas por un lado, pero te quedas igual, porque estás comiendo más guarreteo. Habría sido mejor y más sano dejarle al potaje de garbanzos la carne de pollo, los huesos para rebañar, la morcillita y la mijita de tocino. Pero quién va a hacer eso, con estas calores.

Total, que se da uno cuenta que, después del 'sacrificio', nada de nada. Todo sigue igual, y eso con suerte. Vamos que, para estar nervioso, todo el día pensando en lo que toca comer y cuándo, sin disfrutar, mejor dejarse de historias, comer lo que vaya apeteciendo, pero sin volverse demasiado loco. Luego, ya que está el buen tiempito, se pone uno las calzonas, la camiseta, las zapatillas de correr y huyendo, que es gerundio. Resultado: Una semana convaleciente con dificultades de movimiento por las agujetas, y más hambre. Oigan, lo que les he dicho, que escribir da hambre, que sí, que eso es así... Les dejo, que voy a por una napolitana de chocolate. Ya la semana que viene, si eso, salgo a correr y quemo las calorías de la napolitana. Total, si lo que sobra son cinco kilinos, y yo para modelo no voy- Prefiero quedarme con la curvita, y que se me refleje en el rostro, a modo de sonrisa. Dientes, dientes... y a meter tripa.