Están los petroglifos de Molino Manzánez en el embalse de Alqueva, los dólmenes de Guadancil o la torre de Floripes del embalse de Alcántara; el puente del Conde que se oculta en el cauce del río Tajo o el archiconocido ya conjunto megalítico de Guadalperal en Valdecañas. La Carta Arqueológica de Extremadura cuenta con un millar de referencias de vestigios arqueológicos de distinta entidad y de todas las épocas bajo las aguas de las cuencas del Tajo y el Guadiana, según los datos de la Consejería de Cultura. Son los elementos que se han ido contabilizando hasta el momento en este documento técnico, con el objetivo de referenciar el patrimonio existente y poder ir tomando las decisiones necesarias para su conservación, protección y puesta en valor. Pero ni es un documento estanco ni se tiene por seguro que recoja todas las referencias del legado que se oculta bajo los más de 1.500 kilómetros de costa interior que tiene la región; en unos casos, porque pueden no haberse hallado aún datos de algunos elementos y en otros, porque también puede haber desaparecido por efecto de la erosión del agua, coinciden en apuntar los expertos consultados por este diario.

El caso del dolmen de Guadalperal ha permitido abrir un debate sobre la conservación y puesta en valor de estos vestigios y la primera conclusión es que, al menos hasta ahora, la vigilancia sobre el patrimonio sumergido ha sido escasa y deficiente. «Es cierto que ha habido mucha dejadez. Pero es que cuando se construyeron los pantanos en los años 60 no había ninguna conciencia sobre el patrimonio, eso es algo reciente», en palabras de Javier Rivera, subdirector general del Instituto de Patrimonio Cultural, organismo del Ministerio de Cultura del que depende la gestión de este legado. Él mismo recuerda que cuando en la Transición se requería a algún alcalde que conservaran una ermita o un palacio, la respuesta que se obtenía era que «las piedras no dan de comer».

Conciencia social

«Y hoy nos hemos dado cuenta que las piedras sí que dan de comer y mucho», recuerda. Y como muestra, el caso de Italia, en el que el 55% del turismo que recibe va a ver patrimonio, un modelo de desarrollo económico que podría ser esencial para el futuro de la España interior. «Por eso, que exista ahora una conciencia ciudadana del valor de ese patrimonio es una oportunidad», asegura Rivera.

En esa reciente conciencia social coinciden con la administración algunos grupos ciudadanos que llevan tiempo reclamando medios para poner en valor el patrimonio sumergido que hay en su entorno. «Hasta hace nada, el dolmen de Guadalperal no era más que cuatro pedruscos para la gente», sostiene ángel Castaño, el presidente de Raíces de Guadalperal, el colectivo que ha aglutinado el movimiento ciudadano sobre este conjunto. Destaca el valor de que los expertos y la administración hayan puesto sus ojos en este yacimiento y los que hay en su entorno, pero más aún «que la ciudadanía haya entendido que el patrimonio puede ser una fuente de desarrollo para la zona».

En el caso concreto de Guadalperal los primeros pasos se están dando ya, pero en el resto, el trabajo por delante es titánico y costoso, por lo que es difícil plantear esta vía como una opción a corto plazo. La primera traba es que no existe ninguna carta arqueológica hecha de los embalses previa a la inundación y eso supone que todos los yacimientos arqueológicos que quedaron ocultos bajo sus aguas se han ido documentando desde entonces a partir de referencias bibliográficas o de algunas actuaciones sobre el terreno que han sido posible en los momentos en los que más bajo ha estado el nivel del agua, como ocurrió el pasado verano con Guadalperal, que no emergía desde el año 1992. «Pero por desgracia las sequías nos van a permitir ahora tomar datos y tenemos que aprovechar para estudiar los yacimientos, clasificarlos y poner en valor lo que podamos», sugiere el subdirector del Instituto de Patrimonio Cultural. Por eso, el Ministerio de Cultura quiere que el caso de Guadalperal sea modélico y marque el camino a seguir en el futuro con otros yacimientos.

90 referencias en Valdecañas

En ese déficit de información previa a la creación de los embalses ha estado trabajando durante 30 años Antonio González, arqueólogo doctorado en Prehistoria y profesor de Historia del IES Zurbarán de Navalmoral de la Mata. Cuando llegó a la zona le consternó el proceso de erosión del conjunto de Talavera la Vieja y empezó a recorrer con su piragua orilla a orilla, en ratos libres y fines de semana, el embalse de Valdecañas.

El resultado de esa investigación es una relación de 90 yacimientos entre los que hay conjuntos calcolíticos, dólmenes crómlech, poblados romanos, verracos..., que ha trasladado, junto a las coordenadas con la ubicación exacta de cada uno de ellos a la Consejería de Cultura, con el fin de que se puedan incorporar a la Carta Arqueológica de Extremadura. «Y aún tienen que aparecer más», apunta el experto. Porque la erosión está llevando al embalse a sus capas más profundas, lo que permitiría que restos ocultos quedaran ahora expuestos al agua. Para este arqueólogo hace falta por tanto «un proyecto ambicioso que salve la tragedia que se vivió cuando se construyó este pantano» y que ponga en valor todo el patrimonio de la zona, aunque es consciente de que «es imposible abarcarlo todo».

En el año 2016, una tesis doctoral firmada por Patricia Matamoros abordaba precisamente la deficiente «investigación y conservación» previa a la construcción de los embalses en los años 60 y 70, lo que llevó a actuaciones que no se entenderían con los criterios actuales de la arqueología. «Por qué se trasladó el puente romano de Alconétar y no la torre de Floripes o los dos, o porqué se separo la curia de Talaverilla y se dejó el templo de La Cilla», subraya Enrique Cerrillo, director de esta tesis y uno de los integrantes del grupo de expertos que está analizando ahora el dolmen de Guadalperal. Ese trabajo de investigación se centró en la cuenca del Tajo, en el que se llegaron a catalogar 60 yacimientos. «Están diseminados por toda la cuenca y forman parte de restos de todas las épocas, desde el paleolítico a la Guerra de la Independencia», recuerda Cerrillo, que ha investigado también en el 2012 en la zona del embalse de Alcántara en el que se encuentran los dólmenes de Guadancil. «Algunos de esos dólmenes que integran la necrópolis nos hablan de una explotación muy característica del medio en el Neolítico. Todo yacimiento es siempre potencialmente interesante», reivindica el experto.

Gestión estatal

En el año 2014 se aprobó desarrollar la Carta Arqueológica de Extremadura, cuyo contenido se protege con el fin de preservar la integridad de los conjuntos. Enriquecer esa herramienta técnica supone «un trabajo continuo de documentación e investigación bibliográfica a partir de documentos sobre yacimientos previos a la inundación de los embalses de las cuencas hidrográficas de la región, que se complementa con nuevos hallazgos debidos a la bajada actual del nivel de las aguas», indican fuentes de la Consejería de Cultura. En todo caso, la Ley 15/1985 de Patrimonio Histórico Español establece que los bienes culturales que se encuentren en terreno de titularidad estatal son competencia del Gobierno central, por lo que el control y la gestión de los yacimientos sumergidos en las cuencas del Tajo y del Guadiana correspondería al Estado. Según confirman, hay en marcha conversaciones para abordar la valoración de riesgos del patrimonio cultural sumergido en aguas interiores. Un primer paso.