Aurora no conoció a su padre. Flora solo vivió con el suyo durante sus primeros seis años. Hoy ambas superan los 70 años pero en sus mentes y sus corazones siguen vivos recuerdos de su infancia, esos en los nunca aparecían sus padres porque la dictadura se los quitó. Como ellas dos, otros seis familiares de fusilados durante la guerra civil quisieron recordar ayer que el olvido no existe, que la memoria sigue viva por muchos años que pasen.

Daniel Pacheco, Benjamín Pedro Caro, Andrés Caro, Pedro Sinforiano e Isaac Campón, vecinos de Casar de Cáceres, dejaron de respirar hizo precisamente ayer 74 años, el 22 de enero de 1937, tras siete meses de cautiverio en la cárcel de Cáceres --otra veintena de casareños corrieron mejor suerte y fueron condenados a 30 años de prisión--. Meses antes, en septiembre del 36, también se despedían de la vida Mateo Ordiales, Nicolás Pacheco y Teodoro Barrantes, esta vez sin previo aviso. "Fueron sacados de sus casas para matarlos sin ninguna explicación". Todos eran vecinos de Casar de Cáceres y "su único delito fue militar en el partido socialista y defender los valores de la democracia" que querían para su pueblo. Así lo recordaba ayer el alcalde casareño, Florencio Rincón, en el segundo homenaje que rinde el municipio a sus vecinos fusilados y que persigue un solo objetivo: "que el pasado no siga oculto".

Ninguno de estos casareños ha recibido la digna sepultura que cualquier cuerpo merece, ningún familiar sabe dónde llevar flores hoy, por eso ayer lanzaron claveles rojos a la Charca del Reloj del municipio. "Al menos ya sabemos lo que pasó y podemos llevarlos en la mente, aunque hayan borrado sus huellas", señaló Rincón.

Flora Pacheco y su marido, Eugenio Silva, no quisieron perderse el homenaje para honrar a su padre y suegro, respectivamente, Daniel Pacheco, el alcalde republicano de Casar durante los años 30. "Hija no llores, se han llevado a papá pero vendrá muy pronto", recuerda Flora que le dijo su madre una tarde de domingo cuando llegó de jugar con sus amigas. Tenía solo seis años y se lo creyó, igual que sus cinco hermanos, pero su padre nunca regresó. Nunca pudo despedirse de él, ni prácticamente llorarle. "Mi madre se quedó viuda con seis hijos, el mayor de 11 años y el menor de siete meses. Tuvo que repartirnos entre los familiares porque no teníamos nada", recuerda. La primera imagen que se le viene a la cabeza al pensar en aquellos años es la cárcel donde fue con todos sus hermanos a visitarle, "pero no nos dejaron ni darle un beso antes de que lo mataran".

Aurora Campón tampoco pudo decirle adiós a su progenitor, Isaac Campón. Primero, porque no tenía edad ni para hablar, y segundo, porque no llegaron a conocerse. Aurora nació un mes antes de su fusilamiento, cuando ya estaba en la cárcel de Cáceres, junto a Pacheco y otra veintena de casareños. Aunque vive en Madrid con sus hijos, ayer también estuvo en el homenaje. Campón era jornalero y municipal del pueblo y dejó tras su muerte una mujer viuda con cuatro hijos. "Los recuerdos son muy duros, sobre todo por lo que tuvo que vivir mi abuela, que era señalada como mujer de un rojo", contaba ayer el hijo de Aurora y nieto de Isaac, Juan Carlos Moreno.

Si hubiera tenido miedo, quizás Isaac no hubiera sido protagonista ayer del homenaje, pero no lo tuvo y eso, quizás, le llevó a la muerte. "Dicen que podría haberse salvado renunciando a sus ideas pero no quiso renegar de su mala suerte porque no tenía nada que esconder. Además detrás de esas ideas políticas había también envidias y odios. Mi abuelo era un personaje destacado que se enganchaba fácilmente a discutir, estaba señalado", apunta Moreno. Sus restos creen que se encuentran en una fosa detrás del cementerio. "Un cuñado de mi abuelo dice que vio como los sepultaban allí, pero no dejaban acercarse". Hoy esta familia se plantea recuperar esos restos, pero "mi abuelo sigue vivo en el recuerdo, que es lo más importante, y sacar sus huesos de donde estén no cambiará nada".