La Junta militar que gobierna Birmania vive su peor crisis, desprestigiada por las manifestaciones que aumentan exponencialmente en el interior y maniatada por una comunidad internacional en creciente alerta. "Deploramos la continua represión del régimen birmano", aseguró ayer el portavoz del primer ministro británico, Gordon Brown, quien dijo que sigue con mucha atención la crisis. Londres calcó el mensaje del día anterior de Condoleezza Rice, secretaria de Estado estadounidense.

La junta se reunirá en breve en Napydaw para solucionar la crisis, y no parece fácil. En el pasado utilizó mano dura. Ahora, ocupando el foco informativo y tras las advertencias internacionales, es poco probable que repita la represión armada que terminó con miles de muertos en 1988. A diferencia de la crisis de entonces, protagonizada por estudiantes, esta ha sido espoleada por monjes budistas, y su aplastamiento sería fatal en un país donde el 90% de la población profesa esa religión.

Las manifestaciones superan cada día récords de participación. Las decenas de monjes que hace unos días salieron a la calle se han convertido en centenares de miles. El cierre del país a la prensa extranjera hace que las cifras bailen. Las más optimistas de ayer superaban las 300.000 personas en diferentes puntos del país. Las marchas, que los monjes budistas emprendieron para reclamar al Gobierno que se disculpara por las agresiones a varios bonzos, ya reclaman mejoras sociales y más libertad, y ya se han sumado a ellas civiles y activistas políticos.