Australia se encaminaba ayer, por vez primera desde 1940, hacia la formación de un Ejecutivo en minoría, con un Parlamento con una corta ventaja conservadora sobre los laboristas insuficiente para poder gobernar. Con el 73,5% de los sufragios escrutados, la coalición de centroderecha formada por los partidos Liberal y Nacional obtuvo 73 escaños, mientras que el centroizquierda consiguió 70 diputados.

Con cuatro escaños para los candidatos independientes y otros dos aún por dilucidar, parecía claro anoche que los laboristas, con la primera ministra, Julia Gillard, a la cabeza, deberán negociar con el Partido Verde. Precisamente, preparando el terreno para un posible acercamiento, Gillard felicitó a esta formación por haber conseguido entrar por vez primera en la historia en la Cámara de Representantes en una comparecencia ante la presa en Melbourne. "La gente ha hablado, pero se tardará aún un tiempo en determinar qué es lo que ha dicho", dijo Gillard, parafraseando al expresidente de EEUU Bill Clinton.

"Es una mala noche electoral para el Partido Laborista, parece que ahora debemos discutir con los verdes", comentó Mark Arbib, responsable de la formación. De confirmarse los resultados, la primera jefa del Gobierno de la historia australiana podría haber recibido un duro revés en sus aspiraciones políticas. Llegó al puesto hace solo dos meses, producto de un golpe interno laborista contra su predecesor.

Después, basándose en encuestas que le eran favorables, optó por convocar elecciones anticipadas aunque la ventaja acabó por esfumarse en los días postreros de la campaña electoral. Intentando ganar el favor de los más jóvenes, Gillard se pronunció en favor de convertir al país en una república.

Los conservadores, liderados por Tony Abbott, de 52 años, ferviente católico, experiodista y exministro en el Gobierno conservador de John Howard, basó su programa en la reducción del gasto público y en poner coto a la inmigración ilegal.