El eje franco-alemán actúa como la fuerza política directriz de la UE, como ha demostrado de nuevo la cumbre europea esta semana. Debilitado temporalmente por la falta de sintonía personal entre la austera cancillera alemana, Angela Merkel, y el expansivo presidente francés, Nicolas Sarkozy, el eje ha recuperado su papel de fuerza política motriz de la UE ante la falta de liderazgo demostrada por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y la concentración exclusiva de los demás mandatarios en sus respectivos problemas nacionales.

Pocos días antes del Consejo Europeo, casi ningún líder, y mucho menos la Comisión Europea, quería abrir la caja de Pandora de la arriesgada reforma del Tratado de la UE, que habían decidido impulsar Merkel y Sarkozy en Deauville (Francia) el 18 de noviembre. Al final, todos se plegaron al diktat franco-alemán, y habrá una nueva reforma, aunque el Tratado de Lisboa lleva solo 11 meses en vigor.

El presidente de la UE, Herman van Rompuy, tiene 45 días para consensuar una fórmula que permita limitar esa reforma exclusivamente a la creación del mecanismo permanente de salvamento de estados en apuros financieros y garantizar una ratificación rápida y sin sustos por parte de los Veintisiete. Pero la tarea no será fácil, porque durante los debates en la cumbre quedó claro que "había tantas opiniones como estados miembros de la UE", indicaron fuentes diplomáticas.

PROCEDIMIENTO LIGERO Una reforma del tratado requiere convocar una conferencia intergubernamental de los Veintisiete en la que los acuerdos solo pueden adoptarse por unanimidad.

Para tratar de minimizar el riesgo, Van Rompuy propondrá usar un proceso especial de revisión del tratado que sea ligero y que solo requiera el acuerdo unánime de los Veintisiete en una cumbre.