El miércoles, con barra libre y comida y camisetas de campaña gratis, 1.200 personas, casi todas mujeres, acompañaron en un hotel de Manhattan a Michael Bloomberg para lanzar Women for Mike. El ambiente era glamuroso. Los elogios, incontables. Y la respuesta ante preguntas sobre la nube de toxicidad masculina que rodea a Bloomberg, similar. «Ninguno somos perfectos, ha dicho en el pasado cosas que no diría hoy», respondía Caroleen Mackin, voluntaria de la campaña. «Nadie puede tirar la primera piedra, creo que ha progresado», opinaba Yrthya Dinzey-Flores. La comprensión de mujeres que como Mackin le consideran «un gran líder, razonable y práctico» y como Dinzey-Flores piensan que «ha inyectado nuevas energías a la carrera» no es, no obstante, generalizada. Y Bloomberg disputa esta carrera con una carga de declaraciones y acciones polémicas . Ha resucitado, por ejemplo, el análisis de hasta 40 demandas por acoso y discriminación contra su empresa, donde se ha denunciado una «cultura tóxica» para las mujeres. Se han desempolvado declaraciones sexualmente explícitas de Bloomberg, como «nada me gustaría más en la vida que tener a Sharon Stone sentada en mi cara», que en la era del MeToo difícilmente se solventan con explicaciones como la del candidato: «¿He hecho chistes groseros? Sin duda, me avergüenzo, pero, ya saben, es cómo crecí».