De unas pocas palabras expresadas ayer podría depender la suerte de la revolución egipcia. El Ejército, la única institución respetada por la calle, expresó en un comunicado que era "consciente de las legítimas demandas del pueblo", y aseguró que no usará la fuerza contra las manifestaciones que desde hace una semana intentan destronar al presidente Hosni Mubarak.

Los militares no han disparado una sola bala desde el inicio de la revuelta y se daba por hecho que seguirían sin hacerlo. Pero, ¿significan sus palabras que han decidido apartar a Mubarak o no son más que una maniobra de distracción?

Los egipcios, mientras tanto, siguen dando una edificante lección de civismo. Desafiando el caos generado por el vacío de autoridad, el juego sucio de la policía, y el miedo inculcado por los medios oficiales a los saqueos y las hordas de presos fugados, la gente ha asumido las funciones del Estado y se resiste a ceder a la intimidación.

Decenas de miles de personas volvieron a manifestarse ayer en todo el país, desoyendo por tercer día consecutivo el toque de queda, adelantado a las tres de la tarde. Para hoy han convocado una manifestación en El Cairo en la que aspiran reunir a un millón de personas. Su intención es marchar hasta el palacio presidencial para exigir la dimisión de Hosni Mubarak.

SIN IMPACTO La vuelta de la policía a las calles no ha tenido ningún impacto. Al menos, aparentemente. Los agentes, reemplazados desde el sábado por los militares tras protagonizar la sangrienta represión de la semana pasada, se desplegaron solo en algunos puntos de diferentes ciudades, quizás para poner a prueba la reacción de la gente.

Pero nadie cayó en la provocación. En la céntrica plaza de Talat Harb los vecinos lograron que los agentes se marcharan tras increparles con gritos como "¿no os da vergüenza volver después de lo que habéis hecho?". Después, varios de ellos asumieron la función de la policía y se pusieron a dirigir el tráfico.

La situación en la capital se ha normalizado ligeramente. A pesar de la huelga general convocada por los dirigentes de la oposición, a los que nadie parece hacer demasiado caso, ayer abrieron más comercios y aumentó el tráfico. Todo apunta además a que el pillaje prácticamente ha cesado, gracias a las patrullas ciudadanas y a los arrestos practicados por el Ejército.

Lo que preocupa ahora es el desabastecimiento. La parálisis de la actividad económica y las dificultades que afronta el transporte empiezan a notarse. En El Cairo es muy difícil encontrar pan, la gasolina escasea y, tras tres días de bancos cerrados, no hay dinero en muchos cajeros. Los precios, ya disparados por una altísima inflación --que ha sido uno de los detonantes de la revuelta-- están aumentando.

La postura de los militares sigue siendo la clave. En sus manos está el desequilibrio de la balanza, pero no hay que olvidar que el Ejército es el armazón del régimen, el trampolín tradicional para hacer carrera en política y ganar dinero.

Claro está que Mubarak, exmariscal de la fuerza aérea, se ha convertido en un lastre, la mayor amenaza para la supervivencia del régimen. A su alcance, los militares tienen la máxima lampedusiana: todo tiene que cambiar para que nada cambie. Pero de momento nada se sabe de maniobras golpistas.

Tampoco ha tenido ningún impacto la remodelación cosmética del Gobierno anunciada el sábado por Mubarak. Los nuevos ministros juraron ayer el cargo, aunque todos pertenecen a la vieja guardia del régimen. Defensa y Exteriores se mantienen, pero cae el odiado titular de Interior, Habib al Adly, quien podría haber pagado por su fracaso en contener las protestas. Al Adly ha perdido en su pulso con los militares y será sustituido por Mahmoud Wagdy, hasta ahora director de prisiones.

El recién nombrado vicepresidente, Omar Suleiman, anunció ayer que el Gobierno negociará con la oposición, pero la oposición solo dialogará con el Ejército si se marcha el presidente.

ECONOMIA A MEDIO PLAZO Además de "la marcha del millón" anunciada para hoy, Mubarak se enfrenta a otra amenaza nada desdeñable: el impacto económico de las protestas. La fuga masiva de los inversores extranjeros y de los turistas, sector que representa el 5% de PIB, se notará a medio plazo.

Los egipcios no están dispuestos a cejar en sus aspiraciones de cambio. No dejarán de protestar hasta que se vaya el "tirano". Por primera vez en muchas décadas, este pueblo siente que su voz se escucha y que el futuro del país depende de ellos.