A Hillary Clinton ya solo le separan de la historia con mayúsculas Donald Trump y lo que decidan el 8 de noviembre los estadounidenses. Este martes, en la Convención Demócrata en el Wells Fargo Center de Filadelfia, se oficializó la nominación de la exprimera dama, exsenadora y exsecretaria de Estado como primera mujer que aspira a la presidencia de Estados Unidos por uno de los dos grandes partidos, una candidatura que aceptará formalmente en un discurso el jueves. Nunca el techo de cristal que lleva 240 años separando a las mujeres del Despacho Oval se había visto tan frágil.

La fuerza con que Clinton llegue a darle el golpe final definitivo depende de que consiga unificar a su partido y superar a Donald Trump en las presidenciales. Lo segundo es uno de los mayores interrogantes de la historia estadounidense reciente ante la impredecible capacidad de Trump de romper toda lógica política. Y lo segundo es un reto, pero uno que le ha ayudado a reducir considerablemente el que ha sido en primarias su rival político, el senador de Vermont Bernie Sanders.

GESTO GENEROSO Y CALCULADO

El lunes Sanders ya había apoyado contundentemente a Clinton, provocando las lágrimas entre muchos de sus seguidores. Pero ayer, en un gesto de generosidad y milimetrado cálculo político, no sin riesgos para garantizar la fidelidad de los 13 millones de votantes que se sumaron a su “revolución”, fue más allá. Sanders tomó la palabra al final del roll call, el proceso en que los estados, uno a uno y por orden alfabético, van anunciando el número de delegados para cada nominado. Y entonces, como hiciera Clinton en 2008 en la convención de Denver cuando la derrotada fue ella en una cruenta lucha con Barack Obama, pidió que se suspendieran las normas y se eligiera a Clinton nominada por aclamación. El Wells Fargo estalló en un clamor y la apasionada ovación enterró incluso algún “no” de protesta, acallando los ecos de división que habían dejado dura huella el lunes, aunque sin aplacarlos totalmente.

Sanders no dijo, como hizo Clinton en 2008, que emprendía su moción “con la vista puesta en el futuro, espíritu de unidad y la victoria como meta”. Pero las palabras eran lo de menos y el gesto del mensaje, negociado entre las campañas de Sanders y Clinton hasta el último momento y coreografiado para que los 1.846 delegados del senador pudieran expresarle a él su apoyo, era exactamente el mismo: Las divisiones internas deben enterrarse.

No caló del todo y varias docenas de los delegados de Sanders abandonaron el recinto, fueron a las carpas donde trabaja la prensa protestando la nominación de Clinton y reclamando reunirse con el Comité Nacional Demócrata, y después se marcharon de la convención. Y el episodio era un recordatorio de que Clinton aún tiene mucho trabajo pendiente para cicatrizar una herida por la que no se puede permitir seguir sangrando. Es una de las candidatas más impopulares de la historia (con permiso de Trump) y despierta desconfianza en siete de cada diez estadounidenses, según una encuesta publicada este mismo lunes.

Por eso su campaña pone ahora todos sus esfuerzos en tratar de suavizar su imagen, incluso redibujarla para aquellos que la ven con más oscuros que claros tras tres décadas en la vida pública. Y a esa meta se dirigía el resto de la jornada del martes en la convención, donde se había preparado una procesión de oradores que pretendía poner el foco en el historial de la candidata y, sobre todo, en su “núcleo de valores”. “Es la persona más famosa y menos conocida del país”, decía horas antes de que arrancara la sesión de la convención Jennifer Palmieri, la jefa de comunicaciones de la campaña. Y nadie está más cualificado para intentar ese empeño que el expresidente Bill Clinton, el orador estrella de la jornada, preparado para convertirse en el “primer caballero”.

Los miedos a Trump son muy reales. Ayer mismo la campaña de Clinton enviaba un correo electrónico en el que apuntaba a que las últimas encuestas dan al candidato republicano cinco puntos de ventaja. Y Robby Mook, el jefe de campaña, decía en él: “Siempre digo que no hay que fijarse demasiado en los sondeos pero uno tras otro muestran que Trump está devorando nuestra ventaja y para cuando salgamos de la convención la habrá consumido”.

Pero en el Wells Fargo el día era, sobre todo, de celebración. La historia está hecha. La de la mayúscula, a un paso. Y la pasada, presente. Se habló de Seneca Falls, el enclave neoyorquino donde nació el movimiento sufragista en 1848. En el roll call dio su voto a Clinton una delegada de Oklahoma nacida en 1929, solo nueve años después de que las mujeres pudieran votar en EEUU por primera vez. Y se repitió una y otra vez el sueño que acarician los demócratas y la propia Hillary Rodham Clinton: “Primera mujer presidenta de EEUU”. Solo queda un paso.