El agua turbia todavía dejaba ayer su marca brutal en Río de Janeiro. En medio de chaparrones esporádicos, que hicieron temer otra vez lo peor, los cariocas trataban de recuperar su normalidad. El cielo había escupido en un solo día las lluvias de un mes. La situación fue tan extraordinaria y desconcertante que llevó al presidente Luiz Inácio Lula da Silva a pedir "clemencia" a las fuerzas de la naturaleza, que dejaron al menos 108 muertos bajo el lodo. Otras 60 personas seguían desaparecidas y los evacuados eran casi 3.000. El desastre volvió a mostrar el rostro oculto de una ciudad que, con los Juegos Olímpicos del 2016, renueva sus sueños de esplendor y opulencia, pero descubre que esos anhelos a veces tienen los pies de barro.

La televisión saturó sus pantallas con imágenes de calles convertidas en ríos y casas destrozadas, primeros planos de hombres, mujeres y niños y sus lágrimas de desconsuelo, y grupos de bomberos y equipos de rescate buscando víctimas.

Los automóviles circulaban con recelo y parsimonia por las principales avenidas de Río. Unos temían encontrarse con el agua. Otros, ser asaltados. Las oficinas públicas volvieron a abrir sus puertas, pero no así la mayoría de los comercios. Las autoridades todavía no resolvieron cuándo se reanudarán las actividades en las escuelas. En al menos 11 barrios faltaba ayer la luz. La radio informaba de que las lluvias podían continuar de manera intermitente hasta el domingo. "Seguimos en estado de alerta", advirtió el alcalde, Eduardo Paes. Y mientras la vida cotidiana intentaba retomar su ritmo, muchos se preguntaban por qué la ciudad se había mostrado tan vulnerable frente a la inclemencia.

LA LOGICA DE LA PARALISIS Hacía 30 años que la ciudad no afrontaba una tempestad de estas proporciones. "Lo del lunes no tiene precedente", aseguraron los meteorólogos: 300 litros por m2 en 12 horas y vientos de hasta 75 km/h. Todo fue tan rápido que la mayoría de sus habitantes, por una u otra razón, quedaron sometidos a la lógica del caos y la parálisis. "La humanidad no puede controlar la intemperie y, cuando llueve tantas horas seguidas, como ahora, los trastornos son demasiado grandes", trató de explicar Lula.

En Río volvió a corroborarse que los desastres no son solo naturales, sino también sociales, porque golpean con mayor saña a los sectores de la población más desprotegidos. No fue casualidad que la mayoría de las víctimas y de los destrozos ocurrieran en los barrios marginales: las favelas. En Vila Isabel, en el oeste de la ciudad, cinco personas de una misma familia quedaron sepultadas por el fango.

Desde los años 60 se vienen levantando sobre los morros colinas esas colmenas de la exclusión donde la violencia y el narcotráfico son el credo cotidiano. El Estado a veces está ausente sin aviso. Allí, sobre esas tímidas alturas que, en algunas ocasiones, tienen una vista privilegiada de la ciudad, la precaria urbanización tuvo un verdadero efecto corrosivo: se destruyó la vegetación que históricamente ayudaba a absorber el agua. Los desprendimientos tampoco son obra de la casualidad.

Río y sus alrededores tienen actualmente unos 14 millones de habitantes. Pero la infraestructura que la sostiene no se ha modificado en lo sustancial respecto a lo que era en 1970. El agua del lunes recordó otra vez las asignaturas pendientes. La ciudad maravillosa y su periferia han desnudado su vulnerabilidad. La ciudad satélite de Niteroi fue de la más afectadas por los temporales y por los corrimientos de tierra que deglutieron decenas de viviendas.

"DEL TERCER MUNDO" El Brasil de Lula está orgulloso de ser una potencia emergente. El país cobra cada vez mayor protagonismo mundial. Su economía se expande y genera una mayor clase media. Pero el país dual sigue en pie. "Río es una ciudad increíble, extremadamente honesta, transparente. Siempre que nos dejamos llevar por su belleza embriagadora, ella se encarga de hacernos recordar que estamos en una metrópoli del Tercer Mundo", señaló Marcelo Miglaccio en el Jornal do Brasil .

"¿Estamos entonces en condiciones de organizar el Mundial y los Juegos?", se preguntaban ayer muchos cariocas. El propio presidente respondió. "No llueve todos los días. Tampoco hay terremotos todos los días en Chile y Haití. Usualmente, los meses de junio y julio son más tranquilos. Río está preparada para recibir con mucha tranquilidad a los Juegos Olímpicos y al Mundial, los mejores que habrá visto el mundo", prometió Lula.