Los hay que son expresidentes (Jimmy Carter, Bill Clinton) y exvicepresidentes (Al Gore). Pesos pesados del partido (Nancy Pelosi, Harry Reid) y dirigentes y miembros del aparato de la formación (Howard Dean). Gobernadores (Bill Richardson), senadores (Jim Kerry, Ted Kennedy), rostros populares (John Edwards), miembros de la Cámara de Representantes, cargos y activistas locales. Incluso los hay, dependiendo de las normas de cada estado, que fueron elegidos como tales. Son los superdelegados , los 795 insiders en inglés que decidirán el duelo entre Barack Obama y Hillary Clinton una vez que es evidente que ninguno de los dos logrará en las urnas el número necesario para asegurarse la candidatura demócrata a ocupar la Casa Blanca.

A ellos se dirigen los dos candidatos en lo que queda de ciclo electoral, que finalizará el 3 de junio en Montana y Dakota del Sur. Sobre todo la virtual perdedora (matemáticamente hablando), Clinton, para la que este asunto ya no va de delegados electos sino de un juicio político: quién es el mejor candidato para ganar al republicano McCain en noviembre. Según las normas del partido, nada obliga a un superdelegado a pronunciarse hasta la convención (que este año será a finales de agosto en Denver). Nada les obliga tampoco, salvo la vergüenza torera, a mantenerse fieles a su postura en caso de que se hayan pronunciado antes de hora. No hay ninguna directriz que estén obligados a seguir.

Hasta el momento, se han pronunciado 496 (259 por Clinton, 237 por Obama). Quedan, pues, 299, según la cuentas de Realclearpolitics.com. ¿En virtud de qué tomarán la decisión? Muchos de ellos le deben su posición a los Clinton, el apellido más poderoso en el partido desde los 90. Otros en cambio tienen cuentas pendientes con ellos. Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, es contraria a que los superdelegados contradigan las urnas, lo que favorece a Obama.