El proceso de paz entre el Gobierno de Sri Lanka y los rebeldes tamiles pende de un hilo tras el brutal atentado que ayer se cobró la vida de 64 civiles --entre ellos 13 niños-- en una región anexa a los territorios controlados por los separatistas. La jornada acrecentó las dudas que ya existían sobre la continuidad de la tregua, vigente desde el 2002, sobre todo después de que el Ejército srilankés respondiera al atentado con un feroz bombardeo sobre Kilinochchi, feudo de los guerrilleros.

"He visto los cadáveres de mis niños en el hospital", lloraba una madre que viajaba en el autobús atacado por los rebeldes. Sus tres hijos murieron. Decenas de campesinos viajaban en el vehículo rumbo a la ciudad de Kebitigollewa cuando dos minas colocadas a lado y lado del camino hicieron explosión. Cincuenta y ocho personas murieron en el acto y seis más en el hospital, mientras que otras 40 siguen recuperándose de sus heridas. Es el atentado más grave desde 1996, cuando una explosión en un tren provocó 70 muertos.

Los separatistas tamiles se apresuraron a negar cualquier implicación en la matanza pero nadie les creyó, ni el Gobierno srilankés ni los analistas internacionales. Tanto la zona donde tuvo lugar el atentado como el modus operandi les inculpan. Aun así, el Ejecutivo de Colombo hizo hincapié en que "no se trata de una declaración de guerra, sino de un acto terrorista" para intentar salvar las negociaciones. "El proceso de paz y el alto el fuego siguen en vigor, aunque habrá que someterlos a examen", declaró el portavoz del Ministerio de Defensa, Keheliya Rambukwella. El presidente, Mahinda Rajapakse, aseguró que sigue comprometido con la búsqueda de la paz al visitar a los heridos en el hospital de Anuradhapura.

PRESION NORUEGA La guerrilla tamil lleva varios meses eludiendo la negociación. Tras varias semanas de tensión, la mediación noruega reclamó hace días a las partes que renovaran su compromiso con el mantenimiento de la tregua, algo que los rebeldes separatistas, a diferencia del Gobierno, no han hecho.