Bettina y Carsten han recorrido casi 300 kilómetros para ver a Björn Höcke. El líder de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) en Turingia está de campaña en Sömmerda, una pequeña localidad al norte de Erfurt, la capital del estado federado oriental. «Es un hombre fantástico», dice visiblemente exaltada la pareja de clase media llegada desde Berlín. «Allí no podemos decir abiertamente que votamos a AfD», aseguran. Aquí, en este rincón de Alemania del este, se sienten seguros.

Turingia es uno de los bastiones electorales de la joven fuerza ultra. Si las encuestas se cumplen, AfD superará la barrera del 20% electoral en los comicios regionales de mañana. Podría incluso ser la segunda fuerza más votada por delante de la CDU de la cancillera Angela Merkel.

«El multiculturalismo acaba en multicriminalidad». «Los medios de este país practican propaganda gubernamental». «Necesitamos un giro de 180 grados en la política migratoria». Estos son los ejes del discurso de Höcke, que coquetea abiertamente con la retórica neonazi y que ha hecho de la provocación su principal herramienta de comunicación política.

RUMORES DE CRISIS / El líder del partido en Turingia no decepciona en el mitin de Sömmerda. Höcke dibuja un cuadro apocalíptico de una Alemania al borde del precipicio económico, a punto de ser invadida por hordas de criminales extranjeros, es un ardiente negacionista del calentamiento global y con marcado acento social bajo el paraguas de lo que llama «patriotismo solidario»: «Un país puede tener un sistema social maravilloso o fronteras abiertas, pero no las dos cosas al mismo tiempo».

Las elecciones de Turingia apuntan una doble dinámica que se viene repitiendo en Alemania cada vez que se abren las urnas: el tablero político se está fragmentando y la formación de gobiernos es, consecuentemente, cada vez más complicada. La gran coalición gobernante a nivel federal (democristianos de la CDU y socialdemócratas del SPD) muy probablemente saldrá castigada de las urnas.

Si los democristianos quedan por detrás de la ultraderecha, las voces críticas con Annegret Kramp-Karrenbauer, la actual presidenta del partido conservador elegida por Merkel para sucederla, volverán a hacerse oír.

La AfD está excluida en Alemania como socio de coalición, tanto a escala federal como en los Lander (estados federados), y se descarta que se pueda romper esta norma. Y el objetivo común, tanto del lado conservador como socialdemócrata o izquierdista, es mantenerlos fuera de cualquier coalición.

Pero estas elecciones regionales en este Land también podrían ser históricas por otro motivo: Die Linke, formación de poscomunistas y socialdemócratas desencantados, está a un paso de ganar su primera elección desde su fundación en el 2007. En los últimos comicios de Turingia, los convocados en el año 2014, fue la segunda fuerza (por detrás de la CDU) con el 28% de los votos.

OTRO TRIPARTITO / El objetivo de Bodo Ramelow, líder de Die Linke y actual primer ministro de Turingia, es reeditar el tripartito con los socialdemócratas y Los Verdes con el que gobierna desde el 2014. Pero el previsible mal resultado del SPD podría hacer insuficiente la suma de las tres formaciones. Un Gobierno en minoría o incluso un tripartito de centroderecha entre la CDU, el SPD y los liberalconservadores del FDP son los otros dos posibles escenarios, sin descartar una repetición electoral. Oficialmente, nadie quiere gobernar con la ultraderecha.

«La reunificación funcionó mal porque 30 años después sigue habiendo errores que no se reconocen como tales», declara a este diario Bodo Ramelow. «Las mujeres germanoorientales que se divorciaron antes de 1989, no cobran hoy una pensión, a diferencia de lo que ocurre en Alemania occidental; los que son de aquí han visto cómo los jóvenes abandonaban la región por cientos de miles, y ahora te cuentan que sus hijos se fueron y que sus nietos ya no los visitan», contesta sin tapujos para explicar el contexto el primer ministro.

Tres décadas después de la caída del Muro de Berlín, según un sondeo del instituto Allensbach, más del 40% de los ciudadanos del Alemania oriental se consideran que son unos ciudadanos de segunda.